Pasado mañana se celebra una festividad religiosa de gran significado para los habitantes de la isla de Santo Domingo. Y es que la mayor parte de los 20 millones de seres humanos ponemos las esperanzas, necesidades, enfermedades y los sueños en una imagen guarecida en su hermoso santuario de Higüey. Se encomiendan a ella como intercesora con el Padre para hacerle llegar las oraciones y peticiones.
Es una tradición que por siglos se consolida desde su origen de la devoción. Su intersección más conocida fue en aquella batalla de la Sabana Real de la Limonade en 1691, en ocasión del triunfo español sobre las tropas francesas para evitar la ocupación completa de la isla en el siglo que todavía era una sola colonia.
Por lo tanto, la veneración del pueblo haitiano por la Virgen de La Altagracia es tan antigua como la de los dominicanos. En estos días vemos, y más el próximo sábado, las carreteras de acceso a Higüey repletas de vehículos llenos de fieles del vecino país. Ellos vienen para asistir a las ceremonias que se llevan a cabo en el santuario altagraciano. Allí, el próximo 21, se celebran misas en creole para la comprensión por parte de los decenas de devotos creyentes que llegan desde occidente.
Sin querer admitirlo, y hasta lo desechamos como pensamiento, que frente a nuestros ojos tendríamos un probable lazo de entendimiento isleño. Este sería mucho más confiable que la hipocresía de los encuentros bilaterales, que con una máscara diplomática, pretendemos buscarle solución a los diferendos ancestrales. Hay mucha falsedad en esos encuentros, incluso como el de Laredo impuesto por los Estados Unidos para una frontera abierta. Hasta ahora los haitianos se las buscan para violarlos, ignorarlos o sacarle ventaja.
La isla tiene ahora un cardenal con autoridad arzobispal mandante y de decisión. Y es que nuestro cardenal por edad se retiró
alejándose de las pesadas tareas administrativas, pero conserva su distinción cardenalicia. López Rodríguez continúa gravitando con su presencia cada sábado con sus artículos en las páginas del Listín Diario. El primer cardenal haitiano Chibly Langlois del obispado de Les Cayes es muy tímido en sus relaciones con sus pares dominicanos. Debería asumir un rol más militante en este lado de la isla para darse a conocer. Debe dejar de lado su anti dominicanismo que se observaron por sus declaraciones a raíz de la sentencia 168-13. De seguro no ha visitado con frecuencia las sagradas piedras de la Basílica de Santa María de la Encarnación.
Para este nuevo año el país continúa arrastrando muchos de sus problemas ancestrales que ya son crónicos, añadiéndosele nuevos. Y entre esos nuevos problemas esta la destrucción provocada por las riadas del mes de noviembre. Aparte de los otros problemas como la inseguridad, corrupción nacional e internacional, caos insoluble en el tránsito, mal sistema de salud precipitando a la ciudadanía a más precariedades, etcétera. Hay otros que preferimos evadirlos y hacernos de cuenta que no existen.
Nosotros vivimos como si solo los dominicanos existiéramos en la isla. Y esto pese a la presencia de una inmigración haitiana que ya es imposible ignorarla. Y es que inciden en el quehacer cotidiano de todos, ya sea dándonos servicios o viéndolos andar por las calles en grupos compactos y felices, bien vestidos y conversando en su idioma.
Por lo tanto, no sería infantil pensar que un acercamiento con un entendimiento bilateral, podría llevarse a cabo entre los isleños desde la vía de una aproximación religiosa. Se presume que entre los prelados dominicanos hay algunos pro haitianos al apoyar al papa Francisco en sus criterios de una inmigración permitida. El mando cardenalicio arzobispal de la isla se trasladó a Occidente con el cardenal haitiano Langlois.
Lo que está en juego es la supervivencia de los dos países de una forma pacífica. Uno es una nación organizada y con un dinamismo increíble para el desarrollo, pero arrastra el lastre de la miseria. La otra es un conglomerado humano, con una exigua clase poderosa, que vegeta sumergido en una miseria espantosa con esperanzas de emigrar hacia el oriente de la isla donde millares de sus paisanos tienen la garantía de sobrevivir. Tan solo mediante una labor estrecha entre las dos jerarquías católicas podrían establecerse las bases de un entendimiento, que por la barrera del lenguaje, se dificulta. Hay que poner una buena voluntad para la coexistencia armoniosa. Se prepararía el camino para que los diplomáticos y expertos lleguen a acuerdos más creíbles y duraderos compartiendo necesidades y aspiraciones comunes.
Fuente: Hoy Digital