“No hemos nacido para la muerte sino para la resurrección”: fueron las palabras del Papa comenzando la homilía de la misa que como cada año preside en la Basílica de San Pedro, en sufragio por los Cardenales y Obispos fallecidos a lo largo del año.
«Las lecturas que hemos escuchado nos recuerdan que hemos venido al mundo para resucitar», afirma el Papa en su homilía y propone una pregunta: ¿Cómo respondo a mi llamada a resucitar?
Ir a Jesús viviente
Refiriéndose al Evangelio de Juan propuesto por la liturgia hodierna el Papa explica que la primera ayuda nos viene de Jesús que dice: “Al que viene a mí, yo no lo echaré”. “Ir a Jesús, el Viviente, para vacunarse contra la muerte, contra el miedo de que todo se acabe” – precisa el Santo Padre y propone una serie de preguntas que nos ayudan a ver si realmente vamos hacia Jesús:
¿Vivo yendo al Señor o giro sobre mí mismo? ¿Cuál es la dirección de mi camino? ¿Trato de dar una buena impresión, de salvaguardar mi papel, mis tiempos y mis espacios, o voy al Señor? La frase de Jesús es impresionante: al que viene a mí, yo no lo echaré. Como si dijera que la expulsión está prevista para el cristiano que no va a Él. Para los que creen que no hay término medio: no se puede ser de Jesús y girar sobre sí mismo. Quien es de Jesús vive en salida hacia Él.
Salir de nosotros mismos
“La vida es toda una salida, continúa el Pontífice, del vientre de la madre para salir a la luz, de la infancia para entrar en la adolescencia, de la adolescencia a la vida adulta, hasta la salida de este mundo”.
Hoy orar por nuestros hermanos Cardenales y Obispos, que han salido de esta vida para ir al encuentro del Resucitado, no podemos olvidar la salida más importante y más difícil, que da sentido a todos los demás:la salida de nosotros mismos.Sólo saliendo de nosotros mismos abrimos la puerta que conduce al Señor. Pidamos esta gracia: “Señor, deseo venir a Ti, a través de las calles y de los compañeros de camino de cada día. Ayúdame a salir de mí mismo, para ir a Tú encuentro, que eres la vida”.
La piedad abre las puertas del paraíso
Refiriéndose a la primera lectura y al noble gesto realizado por Judas Macabeo en favor de los difuntos, Francisco propone una segunda reflexión, siempre referida a la resurrección, asegurando que son los sentimientos de piedad los que generan magníficas recompensas:
Si, en efecto, como nos recuerda San Pablo, “la caridad jamás tendrá fin” entonces es precisamente este el puente que conecta la tierra con el cielo. Por lo tanto, podemos preguntarnos si estamos avanzando en este puente: ¿me dejo conmover por la situación de alguien que está en necesidad? ¿Se llorar por quién sufre? ¿Rezo por aquellos en los que nadie piensa? ¿Ayudo a alguien que no tiene qué devolverme? No es buenismo, no es caridad minúscula; son cuestiones de vida, cuestiones de resurrección.
Imaginarnos ante la presencia de Dios
Finalmente, el Obispo de Roma habla de “un tercer estímulo en vista de la resurrección”. Y lo toma de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, quien sugiere, que antes de tomar una decisión importante, nos imaginemos ante Dios al final de los días.
Esa es la llamada a presentarse que no se puede posponer, el punto de llegada de todos. Así que, cada elección de vida que se enfrenta en esa perspectiva está bien orientada, porque está más cerca de la resurrección, que es el significado y el propósito de la vida. Así como la partida se calcula a partir de la meta, así como la siembra se juzga a partir de la cosecha, así la vida se juzga bien a partir de su fin, a partir del fin.
“Puede ser un ejercicio útil ver la realidad con los ojos del Señor y no sólo con los nuestros; para tener una mirada proyectada al futuro, a la Resurrección, y no sólo al hoy que pasa” continúa el Francisco, y concluye su homilía con una recomendación:
¿Salgo de mí mismo para ir al Señor todos los días? ¿Tengo sentimientos y gestos de misericordia hacia los necesitados? ¿Tomo decisiones importantes ante Dios? Dejémonos provocar al menos por uno de estos tres estímulos. Estaremos más en sintonía con el deseo de Jesús en el Evangelio de hoy: no perder nada de lo que el Padre le ha dado. Entre las tantas voces del mundo que nos hacen perder el sentido de la existencia, sintonicemos con la voluntad de Jesús, resucitado y vivo: haremos del hoy que vivimos un amanecer de resurrección.
Fuente: vaticannews.va