Este 16 de marzo, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre continuó rezando por los enfermos y dirige un pensamiento especial a las familias en esta situación caracterizada por la enfermedad del Coronavirus. En su homilía subrayó la necesidad de acoger la simplicidad de Dios para no caer en la soberbia.
El Papa Francisco celebró la Santa Misa en vivo desde la Casa Santa Marta, también esta semana el Pontífice desea manifestar su cercanía a los fieles que no pueden asistir a la Eucaristía debido a la emergencia sanitaria del Covid-19. Esta mañana, al introducir la celebración, continuó rezando por los enfermos y las familias.
“Seguimos rezando por los enfermos. Pienso en las familias, cerradas, los niños no van a la escuela, tal vez los padres no pueden salir; algunos estarán en cuarentena. Que el Señor les ayude a descubrir nuevos modos, nuevas expresiones de amor, de convivencia en esta nueva situación. Es una hermosa oportunidad para redescubrir los verdaderos afectos con creatividad en la familia. Oremos por la familia, para que las relaciones en la familia en este momento florezcan siempre para el bien”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó las lecturas del día tomadas del Segundo Libro de los Reyes (2 Reyes 5:1-15) y del Evangelio de Lucas (Lc 4:24-30).
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa desde nuestro canal de Youtube:
En los dos textos que la Liturgia nos hace meditar hoy, hay una actitud que atrae la atención, una actitud humana, pero no de buen espíritu: la indignación. Esta gente de Nazaret comenzó a escuchar a Jesús, les gustaba como hablaba, pero entonces alguien dijo: «Pero, ¿este, en qué universidad ha estudiado? ¡Este es el hijo de María y José, este era carpintero! ¿Qué viene a decirnos?» Y el pueblo se indignó. Entraron en esta indignación. Y esta indignación los lleva a la violencia. Y ese Jesús que admiraban al principio de la predicación es expulsado, para arrojarlo de la montaña. También Naamán, un buen hombre, también era este Naamán, también abierto a la fe, pero cuando el profeta le envía a decir que se bañara siete veces en el Jordán se indignó. ¿Pero por qué? «He aquí, yo pensaba, seguramente saldrá de pie, e invocará el nombre del Señor su Dios, y pondrá su mano en la parte enferma, y me quitará la lepra. ¿No son los ríos Abana y Parpar, de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme allí y purificarme? Se dio la vuelta y se fue enfadado». Con indignación.
También en Nazaret había gente buena; pero ¿qué hay detrás de esta buena gente que los lleva a esta actitud de indignación? Y en Nazaret peor: la violencia. Tanto la gente de la sinagoga de Nazaret como Naamán pensaban que Dios sólo se manifestaba en lo extraordinario, en las cosas fuera de lo común; que Dios no podía actuar en las cosas ordinarias de la vida, en la simplicidad. Despreciaban lo simple. Ellos se indignan, despreciaban las cosas simples. Y nuestro Dios nos hace entender que Él actúa siempre con sencillez: en la sencillez, en la casa de Nazaret, en la sencillez del trabajo cotidiano, en la sencillez de la oración… Las cosas sencillas. En cambio, el espíritu mundano nos lleva hacia la vanidad, hacia las apariencias y ambos terminan en la violencia: Naamán era muy educado, pero le cierra la puerta en la cara al profeta y se va. La violencia, un gesto de violencia. La gente en la sinagoga comenzó a calentarse, a enfurecerse, y tomó la decisión de matar a Jesús, pero inconscientemente, y lo echaron afuera para tirarlo desde la colina. La indignación es una fea tentación que lleva a la violencia.
Hace unos días, me mostraron, en un teléfono móvil, imágenes de la puerta de un edificio que estaba en cuarentena. Había una persona, un joven, que quería salir. Y el guardia le dijo que no podía. Y le dio un puñetazo, con indignación, con desprecio: «¿Quién eres tú, ‘negro’, para impedirme que me vaya?». La indignación es la actitud de los soberbios, pero los soberbios pobres, los soberbios con una fea pobreza de espíritu, los soberbios que viven sólo con la ilusión de ser más de lo que son. Es una clase espiritual, la gente que se indigna: de hecho, muchas veces estas personas necesitan estar indignadas, estar indignadas para sentirse persona.
También a nosotros nos puede suceder esto: «el escándalo farisaico», lo llaman los teólogos, escandalizarme de las cosas que son la simplicidad de Dios, la simplicidad de los pobres, la simplicidad de los cristianos como, para decir: «Pero esto no es Dios. No, no. Nuestro Dios es más culto, es más sabio, es más importante. Dios no puede actuar con esta simplicidad». Y siempre la indignación te lleva a la violencia; tanto la violencia física como la violencia de la palabra, que mata como la violencia física.
Pensemos en estos dos pasos, estos dos pasajes: la indignación de la gente en la sinagoga de Nazaret y la indignación de Naamán, porque no entendían la simplicidad de nuestro Dios.