«El Espíritu Santo es el Don del amor de Dios que desciende al corazón del cristiano». Él nos ayuda a cumplir la voluntad de Cristo. Jesús «pide» que nos amemos los unos a los otros, pero no nos deja solos: también promete que rogará al Padre que envíe «otro Paráclito» para que su amor gratuito se convierta en la «forma concreta de vida» entre nosotros. Este es, en síntesis, el mensaje del Papa Francisco a la hora del Regina Coeli, en el VI domingo de Pascua, alentándonos a estar disponibles a acoger la voluntad del Padre, con la ayuda del Espíritu Santo.
En el sexto domingo de Pascua el Papa guio el rezo del Regina Coeli desde la Biblioteca del Palacio Apostólico. Antes de la oración mariana, la reflexión del Pontífice sobre el Evangelio del domingo, (cf. Jn 14, 15-21), llevó a la meditación de los fieles el mandamiento del Señor: «Como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». Del Evangelio destacó dos mensajes: la observancia de los mandamientos y la promesa del Espíritu Santo.
La voluntad de Jesús
En primer lugar, señaló que “Jesús vincula el amor por Él a la observancia de los mandamientos”, y sobre esto “insiste en su discurso de despedida” (vs. 15 y 21). Pero precisó que el Maestro explica que “este amor no se agota en un deseo por Él, o en un sentimiento”, sino que requiere “la disponibilidad” de seguir su camino, que es la voluntad del Padre:
Ésta se resume en el mandamiento del amor recíproco, el primer amor, dado por el mismo Jesús: «Como y los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». No dijo: «Ámenme a mí como yo los he amado», sino «ámense recíprocamente como yo los he amado». Él nos ama sin pedirnos nada a cambio, es un amor gratuito el de Jesús, nunca nos pide compensación. Y quiere que su amor gratuito se convierta en la forma concreta de vida entre nosotros: ésta es su voluntad.
La promesa del Maestro
Jesús, que ama de modo gratuito, de hecho, para ayudar a los discípulos a recorrer el camino que les pide, “promete que rogará al Padre que envíe ‘otro Paráclito’, es decir, – precisó el Papa – un Consolador, un Defensor que tome su lugar y les de la inteligencia para escuchar, y el valor para observar sus palabras:
Éste es el Espíritu Santo, que es el Don del amor de Dios que desciende al corazón del cristiano. Después de que Jesús murió y resucitó, su amor es dado a cuantos creen en Él y son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El Espíritu mismo los guía, los ilumina, los fortalece, a fin de que cada uno pueda caminar en la vida, incluso a través de las adversidades y las dificultades, en las alegrías y en los dolores, permaneciendo en el camino de Jesús.