«En este caminar con ustedes hago mía la exhortación del
Sumo Pontífice a los obispos:
Presencia pastoral significa caminar con el Pueblo de Dios: caminar delante, indicando el camino, indicando la vía; caminar en medio, para reforzarlo en la unidad; caminar detrás, para que ninguno se quede rezagado, pero, sobre todo, para seguir el olfato que tiene el
Pueblo de Dios para hallar nuevos caminos. Un obispo que vive en medio de sus fieles tiene los oídos abiertos para escuchar «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2, 7) y la «voz de las ovejas», también a través de los organismos diocesanos que tienen la tarea de
aconsejar al obispo, promoviendo un diálogo leal y constructivo.»Me inscribo en el legado histórico de mis antecesores y
abrazo la insignia pastoral que nos pide y exige el Santo
Padre, el Papa Francisco, de ser una Iglesia en salida cuyas
estrategias venimos ya soñando y aplicando como Iglesia
Dominicana por casi 20 años a través de un instrumento
articulador de todas las realidades eclesiales, que es el
Tercer Plan Nacional de Pastoral.
Al escuchar los maravillosos textos de esta acción litúrgica se
comprende el carácter delicado de estar al frente de la obra
del Señor, al modo y a las maneras suyas, las propias de
Jesús el buen pastor (cfr. Jn 10). Sé que esta llamada
especial de Dios requiere más que de destrezas humanas, de
sabiduría.
Es lo que pido a Dios: esa sabiduría que sabe discernir entre
el bien y el mal, entre lo que es del Reino de Dios y lo que no
lo es, que sabe aprovechar lo nuevo y lo antiguo (Mt 13,52).
Asumo este servicio con total serenidad de Espíritu; ya que
como San Pablo estoy convencido de que: “fiel es Dios, el
cual les llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro
Señor” (Cfr. 1 Cor. 1, 9).
Confío en la fidelidad de Dios y por eso hoy digo junto al
Apóstol de los gentiles: “Doy gracias a aquel que me revistió
de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró
digno de confianza al colocarme en el ministerio” (1 Tim. 1,
12a). Vengo en nombre del Señor, como pastor pero también
como discípulo, siempre a su escucha.
He venido aquí, desde la Arquidiócesis de Santo Domingo en
la que nací, crecí y fui llamado al ministerio presbiteral y al
servicio episcopal como su Obispo auxiliar. Agradezco a la
Iglesia Metropolitana y Primada de América por todo lo que
ha aportado a mi vida cristiana, sacerdotal y episcopal en la
persona de su Arzobispo, el querido Monseñor Francisco
Ozoria Acosta y sus Obispos Auxiliares.
Desde niño he peregrinado a este Santuario de la Madre de
los dominicanos y hoy me toca quedarme para ser parte de
esta Iglesia particular para ser padre que se ama, maestro que
enseña y guardián que cuida su pueblo como me decía el
Papa Francisco en la Bula de mi nombramiento que hemos
escuchado.
Desde hoy quiero asumir las alegrías y las esperanzas, las
tristezas y sufrimientos de este Pueblo de Dios y ser con
ustedes higüeyano, romanense y seibano para promover y
extender el Reino de Dios en estos pueblos bendecidos por
Dios y la querida Virgen de la Altagracia.
He venido a caminar codo a codo con este pueblo de La
Altagracia, de La Romana y del Seibo, con todas sus
parroquias y sus zonas pastorales para que juntos como
Iglesia sirvamos, promovamos y hagamos visible el Reino de
Dios que es su tarea fundamental y su fin último, de tal
modo, que la luz de Cristo repercuta sobre el mundo e
impregne de un sentido y una significación más profunda la
cotidiana actividad de los hombres (Cfr. GS 40).
Para continuar esta obra de salvación que Dios realiza a
través de nosotros contamos ya:
• Con la gran tradición religiosa y de fe de esta hermosa
porción del pueblo de Dios.
• Con el gran tesoro de la presencia de la Madre que nos
lleva a su Hijo, sol que nace en el Oriente.
• Con el trabajo evangelizador con grandes repercusiones
sociales en la organización campesina, en la educación,
en la salud y en la defensa de los derechos de los pobres
a lo largo de estos 61 años de vida diocesana.
Con el testimonio de tantas familias y personas de fe.
• Con los hombres y mujeres que lucharon y luchan por el
avance de estas Provincias.
• Con sus hermosos recursos naturales.
• Con su deseo de superarse a través de la educación y del
trabajo digno.
• Con su espíritu de lucha desde los tiempos de la
Independencia y la Restauración de la República.
• Con su hospitalidad para quienes nos visitan como
devotos peregrinos y como turistas.
• Con la acogida de tantos migrantes nacionales y
extranjeros que buscaron y buscan una mejor calidad de
vida.
• Con el gran empuje empresarial y de la contribución que
hace nuestra Región al sostén económico del país.
Al mismo tiempo estamos enfrentados con situaciones que
son signos contrarios al Reino de Dios como son:
La desigualdad económica existente entre nosotros que
muestra por un lado gran prosperidad pero por otro lado
vemos que no llega a los más pobres y vulnerables.
• La delincuencia que crece y queda impune y sin control.
• La propagación de vicios, entre los que se destaca el
narcotráfico en todas sus formas.
• La búsqueda del placer sin límites y del dinero fácil.
• La desintegración familiar.
• El bajo nivel educativo.
• Las agresiones al medio ambiente y a los recursos
naturales.
Todo lo que ya es presencia del Reino de Dios entre nosotros
y estos desafíos que encontramos nos reta a desarrollar un
ardoroso y entusiasta proyecto de evangelización que lleve a
entusiasmar con Jesucristo, superando la indiferencia
religiosa y una fe sin compromiso con la realidad social.
Vengo consciente de que debo ser el primer evangelizador y
el animador principal de la evangelización que es la razón de
ser de la Iglesia como bien decía san Pablo VI (Cf. EN 15-
16) y ha ratificado a tiempo y a destiempo el querido Papa
Francisco.
Reflejo de mi profunda convicción de lo que significa este
ministerio es mi lema episcopal: “Ay de mí si no
evangelizara” (1 Cor 9,16). Esa es la divisa de mi labor
pastoral y a la que quiero se unan todos ustedes juntos
conmigo, para preparar un pueblo bien dispuesto para el
Señor (Lc 1, 17), un pueblo que camine bajo la luz admirable
(1 Pe 2, 9), una Iglesia viva que anuncie y realice el Reino de
Dios a todos los que habitan y visitan este hermoso territorio
diocesano.
Realizar esta misión evangelizadora como pastor de esta
Diócesis es un trabajo arduo y delicado, pero me anima y
consuelo saber que cuento con todos ustedes y que no se
puede ni se debe ejercer aisladamente. La misma naturaleza
del ministerio episcopal exige la comunión con todos y el
trabajo en equipo en clave de una Iglesia sinodal…..
Texto Competo: Homilía Mons. Jesús Castro