“Todo fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida”, señalaba San Basilio para referirse al ángel custodio. Esto quiere decir que Dios ha dispuesto para cada persona un ángel protector, con la misión de acompañarla y guiarla desde el momento de la concepción hasta la muerte. Por eso, es una santa costumbre que cada 2 de octubre recordemos y celebremos la Fiesta de los Ángeles custodios, nuestros guardianes.
La palabra “ángel” proviene del griego y significa “mensajero”. La Escritura da cuenta de su existencia y cómo, en momentos cruciales de la historia de la salvación, han aparecido con el propósito de llevar a cabo alguna misión especial.
Los ángeles custodios son esos espíritus celestiales de los que habla el Salmo 90: «A sus ángeles ha dado órdenes Dios para que te guarden en tus caminos»; y de los que también da cuenta el Evangelio cuando, por ejemplo, Jesús se refiere a ellos: «Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus Ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial» (Mt. 18,10).
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 329): “Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan «constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18, 10), son «agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra» (Sal 103, 20)”.
La Iglesia celebra la fiesta de los ángeles custodios desde el Siglo XVII. Fue instituida por el Papa Clemente X.
Los Ángeles Guardianes
El Papa Juan XXIII dice que nuestra fe nos enseña que ninguno de nosotros está solo, porque desde el mismo instante en que un alma es creada por Dios para un nuevo ser humano – especialmente desde que la gracia de los sacramentos lo envuelve con su luz inefable – un Ángel perteneciente a las santas falanges de los espíritus celestes, es llamado para permanecer a su lado durante todo su peregrinaje terrestre.
No debemos olvidar nunca la presencia de nuestro Ángel Guardián, de ese príncipe celeste, que jamás debe enrojecer por causa nuestra. El respeto por su presencia supone una continencia siempre respetuosa y deferente, un homenaje conforme a la dignidad del cristiano, Templo del Espíritu Santo, amigo de Jesucristo, admitido a la comunión del Cuerpo y Sangre divinos, después de haber sido regenerados por el agua del bautismo.
El Ángel Guardián no está solamente presente, sino que su compañía desborda de ternura y de amor, lo que requiere de parte nuestra, frente a ellos, un amor pleno de ternura; es decir, de devoción. La devoción agrega un elemento más a la piedad filial, incluso en aquella que practicamos y mostramos para con Dios. Una piedad devota quiere decir, una piedad delicada que conlleva la donación de toda el alma, de todo el corazón.
El Ángel de Dios está siempre con nosotros, con su solicitud y su afecto excepcional. Es necesario, por tanto serle devoto. La devoción se actualiza en la práctica de la oración cotidiana, en la invocación al iniciar y al terminar la jornada, pero también a todo lo largo del día; especialmente cuando las cosas son un poco complicadas y difíciles.
Oración a nuestros Ángeles Guardianes
Ángel de Dios,
que eres mi custodio,
pues la bondad divina me ha
encomendado a ti, ilumíname,
dirígeme, guárdame.
Amén.
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Ángel de Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me perdería. Ni vivir, ni morir en pecado mortal. Jesús en la vida, Jesús en la muerte, Jesús para siempre.
Amén Jesús.