La familia y la educación como base del progreso de una nación

by Prensa Arzobispado
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Reflexión.- Hay una verdad que nadie discute y pone en duda, y es que la educación es lo que hace que un país avance hacia el desarrollo y la paz social. Con razón decía el Papa San Juan Pablo II, que la familia “es la comunidad de vida y amor donde se juega el futuro de la humanidad”. Eso se confirman hoy, porque los países que tienen la mayor estabilidad social y económica son aquellos que cuidan y protegen los valores familiares y al revés.

Eso es así, porque el sentido de familia siempre ha estado presente desde la creación hasta hoy. Pensemos en el mismo Dios que es una familia: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Una vez que hacen la creación, de inmediato hacen la primera familia que es Adán Y Eva. Y es en el mismo Génesis (2,24) que se dice: “El hombre deja a sus padres y se une a su mujer, y así forman una sola carne”, recordándoles de en seguida que: “lo que Dios unió que no lo separe el hombre”. Lo mismo podemos decir, que cuando Dios decide salvarnos, envió a su Hijo Jesús y se encarnó en la familia de Nazaret (José, María y el Niño Jesús) que será la familia modelo donde todas las familias deben mirarse.

Pero es bueno saber que antes de nacer Jesús, el filósofo Aristóteles, escribió un libro sobre la Economía Doméstica, donde decía que “el arte de gobernar una familia es igual que gobernar una nación o un estado”; y para gobernar bien, él mismo dice cuáles son los deberes conyugales: “el marido no debe cometer injusticia alguna contra la esposa; una buena esposa debe estar atenta a todas las obligaciones de su casa. Marido no seas áspero con tu esposa; para convencerla usa la persuasión, el diálogo y no la violencia; satisface sus deseos y háblale con ternura y amor; vivan una preciosa unidad de corazones”.

Por eso es que decimos que la familia es una institución perenne, con múltiples implicaciones: educativas, económicas, culturales, políticas y religiosas; de ahí que la doctrina social de la Iglesia nos diga que la misión de la familia debe estar motivada por el amor, abierta a la vida y ser como un recinto o escuela donde se educa a los hijos.

Ese liderazgo de los padres debe darse en la conciencia de que ellos son los primeros maestros de sus hijos, a quienes tienen que enseñarles los valores fundamentales como son: el amor, el respeto, la obediencia, el servicio, la honradez, el amor al trabajo, la responsabilidad y la convivencia. La familia tiene que educar en el amor y para el amor, en y para la libertad, en el respeto muto, en la tolerancia, la solidaridad y la igualdad. Pero es en la familia donde se deben aprender también los valores ecológicos y el cuidado de nuestra casa común que es nuestra tierra, cuidar el medio ambiente, no tirar basura, no contaminar, amar y cuidar los árboles, las aves y los peces. Pero también hay que enseñarles a los hijos los valores éticos y morales, no robar, no mentir, evitar cualquier caso de corrupción.

Para realizar eso el Papa Juan Pablo II en su Documento sobre la Comunión de la familia (Familiaris Consortio), recomienda a los padres o esposos que cultiven una espiritualidad familiar para la vida diaria, deben tener en cuenta la entrega amorosa y educar con el ejemplo, la vivencia de los sacramentos, mantener la fidelidad y la responsabilidad. Vivir el respeto entre ellos, la cortesía, la alegría, el sacrificio y la generosidad. Igualmente, la comunicación personal, el buen manejo de los bienes económicos, la oración personal y familiar, meditar la palabra de Dios, el amor a la Virgen y la participación en la Eucaristía.

Viviendo así, tendrán hijos decentes, serios y honrados; ciudadanos correctos, muchachos y muchachas que nunca harán nada que pueda producir disgustos a sus padres; serán buenos estudiantes y por tanto, buenos profesionales, que ayudarán al desarrollo y al progreso del país; a la estabilidad social, al buen funcionamiento de la sociedad, de las instituciones y de la misma familia.

De lo contrario, seguiremos con la preocupación y con el grito al cielo, por la situación que hoy tenemos de delincuencia, de asalto, de inseguridad y de tantos jóvenes en las cárceles por robos y por las drogas, muchos feminicidios y niños huérfanos y sin familia; cantidad de madres solteras y de adolescentes embarazadas.

Queridas familias, recordemos que Dios todo lo hizo bien; su único propósito es que tengamos vida, que la vivamos con alegría y así nos sintamos dichosos, felices y bienaventurados. Hay que amar y respetar la vida siempre. Nunca matar la vida, y hay mucha manera de matar la vida. Se mata la vida en la división y en los divorcios, porque dejan a los hijos sin la protección de un padre o una madre que les de protección, cariño, amor y cercanía; de ahí es de donde surgen muchas veces esos jóvenes metidos en las delincuencias. Se mata la vida con el robo, con la corrupción y cuando alguien se roba y se apropia del dinero del erario nacional y no permite que ese dinero sea empleado en medicina, educación, seguridad, trabajo y una vivienda digna. Mata la vida quien se bebe o juega el dinerito que debe servir para el bienestar del hogar.

Pero mata también la vida el médico que en vez de preocuparse por curar sólo está pendiente al dinero; el abogado que en vez de defender la justicia defiende lo indefendible; igual el maestro que no ama, ni incentiva a sus alumnos ni prepara bien sus clases. Mata la vida el que no respeta el medio ambiente, el que deforesta los bosques, contamina las aguas, el que tira la basura y desperdicios en las calles; el que no respeta los semáforos; el que calumnia y quita famas a sus hermanos usando mal las redes sociales.

Es un signo de esperanza y de alegría el poder tener a tantas personas que no matan la vida, sino que la cultiva y la aprecian. Tenemos muchos padres y madres de familias que son ejemplos vivos de fe, de servicio y de amor; muchos jóvenes que se esfuerzan por prepararse bien para servir mejor. Políticos que van tomando en serio esa hermosa vocación de buscar el bien común. Tantos agentes de pastoral que van entregando sus vidas en favor de los demás y para que Cristo entre al corazón de las personas, de las familias y de la sociedad.

Que la Familia de Nazaret ayude a todos los padres, madres e hijos, a vivir ese espíritu de trabajo y sencillez de José; la humildad y el servicio de la Virgen María y la obediencia y el respeto de Jesús por su Padre Dios y por sus padres de Nazaret.

Mons. Fausto R. Mejía V.
Obispo de San Francisco de Macorís

 

 

 

Fuente: Revista Guía Mensual
Plan de Pastoral – Noviembre 2020 (Págs.28-30)

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