En el Ángelus del domingo 14 de febrero, el Papa Francisco habló de los sacerdotes confesores capaces de atraer a las personas, incluso a las más reticentes, al Sacramento de la Reconciliación. Ternura, compasión, escucha y perdón son las «palabras clave» propuestas repetidamente durante su Pontificado para designar a los confesores de hoy.
Hay gestos que permanecen ahí en la memoria, fijados por la fuerza que evocan, por la irrupción de un bien que brota de ellos. Es el 28 de marzo de 2014, poco más de un año después de su elección para ocupar la Cátedra de Pedro, Francisco se encuentra en la Basílica Vaticana para la liturgia de la penitencia, momento central de la iniciativa «24 horas para el Señor», una jornada entera dedicada al sacramento de la reconciliación. Sorprendentemente, se dirige a un confesionario para pedir el perdón sacramental, la primera vez que esto ocurre en público.
Llama la atención la imagen de su vestidura blanca y la penumbra que le rodea, como para «ver», en el contraste de colores, hasta qué punto el corazón perdonado se hace nuevo en la misericordia de Dios.
Ayer en el Ángelus, Francisco dedicó un pensamiento para los sacerdotes confesores, incansables en su escucha, portadores de esa «revolución de la ternura» que se ha convertido en un punto firme de su Magisterio:
“Y permítanme aquí un pensamiento para tantos buenos sacerdotes confesores que tienen esta actitud: atraer a la gente, a tanta gente que no siente nada, que se siente «en el suelo» por sus pecados… y lo hacen con ternura, con compasión… Buenos son esos confesores que no están con el látigo en la mano, sino que están solo para recibir, para escuchar, y para decir que Dios es bueno y que Dios siempre perdona, que Dios no se cansa de perdonar. Para estos confesores misericordiosos, pido hoy a todos ustedes, que den un aplauso, aquí, en la Plaza, a todos”
Artesanos de la misericordia
En la homilía de aquella celebración, Francisco ya indicó un camino para los confesores y recordó que quien experimenta la misericordia de Dios no puede dejar de ser tocado por ella:
Si vas a Él con toda tu vida, incluso con tantos pecados, en lugar de reprenderte te hace «una fiesta»: este es nuestro Padre. Esto es lo que hay que decir a tanta gente hoy en día. Quien experimenta la misericordia divina es impulsado a convertirse en creador de misericordia entre los más pequeños y los pobres. En estos «hermanitos» nos espera Jesús; ¡recibimos misericordia y damos misericordia!
El corazón de Cristo
No «con el látigo en la mano», explicó ayer el Papa, refiriéndose a los buenos confesores, dotados de «un corazón que sabe conmoverse, no por el sentimentalismo -dijo en otro momento a los participantes en el Curso promovido por la Penitenciaría Apostólica en 2014- ni por la mera emotividad; sino por las entrañas de misericordia del Señor.» Fue también en ese año, en el encuentro con los párrocos de Roma, cuando Francisco retomó el tema del «sacerdote muy estrecho, o muy riguroso».
La verdadera misericordia se hace cargo de la persona, la escucha atenta, aborda su situación con respeto y verdad, y la acompaña en el camino de la reconciliación. Y esto es agotador, sí, ciertamente. El sacerdote verdaderamente misericordioso se comporta como el buen samaritano… pero ¿por qué lo hace? Porque su corazón es capaz de compasión, ¡es el corazón de Cristo!”
«Primerear»
En 2018, reunido con los Misioneros de la Misericordia -sacerdotes designados por el Papa para perdonar los pecados reservados a la Santa Sede y encargados de proclamar la belleza de la Misericordia-, Francisco retomó el término «primerear» «para expresar precisamente la dinámica del primer acto con el que Dios sale a nuestro encuentro.» La reconciliación forma parte de ese llamamiento, no es «una iniciativa privada nuestra o fruto de nuestros esfuerzos». Es la iniciativa del Señor.
“Cuando un penitente se acerca a nosotros, es importante y consolador reconocer que tenemos ante nosotros el primer fruto del encuentro que ya se ha producido con el amor de Dios, que por su gracia ha abierto su corazón y lo ha puesto a disposición de la conversión. Nuestro corazón de sacerdote debe percibir el milagro de una persona que se ha encontrado con Dios y ha experimentado ya la eficacia de su gracia. No podría haber una verdadera reconciliación si ésta no partiera de la gracia de un encuentro con Dios que precede al de nosotros los confesores”
Es el primer paso al que debe seguir la dedicación a la oración porque -dijo también el Papa en 2017- allí el confesor implora «el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de los demás y de curarlas con el óleo de la misericordia», pero también la humildad y el discernimiento que «permite distinguir siempre, para no confundir».
El discernimiento educa los ojos y el corazón, permitiendo esa delicadeza de alma tan necesaria a quienes nos abren el santuario de su propia conciencia para recibir luz, paz y misericordia». En una de sus muchas homilías en Santa Marta, el Papa recordó que en la confesión no hay amenaza porque «hay perdón».