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Hoy es la Fiesta de la Visitación de María: “¡Bendita tú entre las mujeres!”

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Hoy es la Fiesta de la Visitación de María: “¡Bendita tú entre las mujeres!”

Cada 31 de mayo la Iglesia celebra la Fiesta de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel. Cerrar el mes dedicado a nuestra Madre de esta forma constituye un poderoso llamado a vivir el amor que la Madre de Dios hace a cada uno: como Ella salió al encuentro de su prima, nosotros también debemos salir al encuentro de quien nos necesita, llevando a Jesús en nuestro interior.

 
El 2 de julio en Bizancio, desde el siglo VIII se celebraba la «Deposición del Velo de la Theotokos” en la basílica Blachernes, y en tal fiesta que recordaba la protección de María contra los árabes invasores, se leía el Evangelio de la visita de María a Isabel. En Occidente, esta festividad se remonta al 1263, cuando san Buenaventura, Ministro general de la Orden Franciscana, la introdujo para ser celebrada en esa orden mendicante. Posteriormente, a finales del siglo XIV e inicios del siglo XV, la Iglesia occidental atravesó por un periodo muy crítico que duró casi cuarenta años, de 1378 a 1418. Se trató del Gran Cisma de Occidente, un durísimo enfrentamiento entre papas y antipapas que se combatieron mutuamente, atacando y defendiendo la legitimidad de la sucesión pontificia. La Europa cristiana fue lacerada y dividida en dos corrientes rivales. En 1389, en ese clima de insanables conflictos religiosos y políticos, el Papa Urbano VI invocó la intercesión de María para pedir a Dios la reconciliación y la superación de tan grave cisma. Para ello instituyó la fiesta de la Visitación de la Beata Virgen María en toda la Iglesia católica, fiesta que fue inscrita en el Calendarium Romanum para ser celebrada el 2 de julio, porque se pensaba que ese día había terminado realmente la visita de María a su prima Isabel. En efecto, después del nacimiento del pequeño Juan, (el 24 de junio), María todavía habría esperado ocho días más para acompañar a Isabel y a Zacarías en el sacro rito de la circunsición y de la imposición del nombre al recién nacido. (cf. Lc 1,59-79). Tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la fiesta se cambió al 31 de mayo, al final del mes dedicado a María, pero en diversos lugares todavía se sigue celebrando el 2 de julio.
 

«En aquellos días, María se levantó y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto escuchó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su vientre. E Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamando con gran voz, dijo: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno!” (Lc 1, 39-42)

María corrió presurosa

Movida por un fuerte impulso interior, la Virgen María corrió llena de solicitud para encontrar a su prima Isabel y a Zacarías que no podía hablar. Entre los tantos motivos que llevaron a la Virgen María, apenas embarazada, a emprender ese fatigoso viaje, seguramente el primero fue que sintió un intenso deseo de ponerse al servicio de su prima Isabel, sabiendo que también esperaba un hijo, pero a una edad muy avanzada y riesgosa. Otro motivo que podemos suponer es que deseaba compartirle lo que el ángel le había anunciado, pues se daba cuenta que entre dos mujeres «visitadas» por el ángel del Señor para anunciarles que habrían sido madres en manera inesperada, era muy fácil comprenderse mutuamente. En esa «premurosa carrera» María se mostró como una gran mujer, discípula y misionera, pues aceptó colaborar con Dios, acogiendo en su seno al Mesías y compartiendo la alegría de su presencia a una familia entera. Igualmente, María se reveló como una mujer de exquisita caridad al disponerse a servir completamente a su prima anciana, a su marido Zacarías y al pequeñito bebé. No se excluye que también haya existido en María el «santo deseo» de alegrarse al encontrar personalmente la insólita «señal» que el Ángel le había comunicado: «Y he aquí que Isabel, tu pariente, en su vejez también ha concebido un hijo, y éste es el sexto mes para ella, que se decía que era estéril: pues nada es imposible para Dios» (Lc 1,36-37). Recordemos que también los pastores, después de haber escuchado con gran sopresa el anuncio del nacimiento del Mesías Salvador, corrieron muy de prisa para encontrarse con «la señal» que los ángeles les anunciaron en la noche de Navidad: «Esta es la señal para vosotros: encontraréis un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre» (Lc 2,12). María corrió presurosa -como harán luego los pastores- porque quiso apreciar con estupor, agradecimiento y adoración los «signos» que demostraban clarísimamente que nada era imposible para el poder de Dios.

El encuentro entre dos madres… y entre dos hijos

El Evangelio de Lucas pone en paralelo dos «anunciaciones», una a Zacarías y la otra a María: se trata de dos anuncios de fecundidad a dos mujeres emparentadas. Con el hijo de la anciana Isabel terminará la Primera Alianza y con el Hijo de la jovencita María comenzará la Nueva Alianza. El relato evangélico de la Visitación, en realidad nos habla también de dos visitaciones pues, en cuanto Isabel escuchó el saludo de María que la visitaba, el bebé que gestaba en su vientre se alegró y comenzó a «bailar». Delante de esta escena única en la Biblia, podemos tambien ver que Jesús, el Mesías anunciado por los profetas, fue llevado por su madre para “visitar personalmente” a su precursor y para darle al futuro profeta el primer anuncio de su presencia, De ese modo no solo Isabel fue visitada por María, sino que el pequeño Juan, tres meses antes de nacer, recibió la visita de su cercanísimo pariente, que no era otro que ¡el mismo Mesías esperado por las naciones! En el mismo instante en que el bebé Juan sintió y reconoció su presencia, también él experimentó un gozo indecible, una alegría y una exultación tan especiales que se manifiestaron en una especie de danza, seguramente mucho más viva que la danza de David ante el Arca de la presencia del Señor (cf. 2 Sam 6,12-15), pues si aquella danza fue delante del Arca de la Antigua Alianza, hecha de madera, ahora esta gozosa danza de Juan era ante la presencia del mismo Verbo de Dios hecho carne que la Madre del Mesías, como Arca de la Alianza viviente, llevaba en su seno!

De la exultante alabanza al alegre servicio

El Magnificat es el canto de alegría y de alabanza de María que describe una lógica divina muy paradójica, pues para Dios los pobres y los últimos son los primeros en el Reino y los ricos, los soberbios y los potentados son despojados de sus tronos. Este himno de agradecimiento y de exaltación de la justicia y de la libertad de Dios que contrasta con nuestra obtusa lógica humana, no se quedó solo en un bellísimo canto de alabanza por las maravillosas obras de Dios, sino que la elección de María, la humilde sierva del Señor, convertida en la Madre del Mesías, se tradujo en una vida de entrega total, dispuesta al servicio de los más necesitados con grande ternura y maternal solicitud.

Oración de san Carlos de Foucauld
María, madre solícita en la Visitación,
enseñanos a escuchar la Palabra,
una escucha que nos haga saltar de gozo
y que nos impulse a acercarnos muy de prisa
hacia todas las situaciones de pobreza
donde se necesita la presencia de tu Hijo.
Enséñanos a llevar a Jesús
en silencio y con humildad, como tú lo hiciste.
Que nuestras fraternidades y familias
estén entre los que no lo conocen
para difundir su Evangelio dando testimonio de él,
no con palabras, sino con la vida;
no anunciándolo solo de palabra, sino viviéndolo.
Enséñanos a viajar con sencillez como tú lo hiciste
con la mirada puesta siempre en Jesús presente en tu vientre
contemplándolo, adorándolo e imitándolo.
María, mujer del Magnificat,
enseñanos a ser fieles a nuestra misión:
¡para llevar Jesús a la gente!
Oh amada Madre, esa fue tu primera misión,
la primera que Jesús te confió
y que te has dignado compartir con nosotros.
Ayúdanos e intercede por nosotros,
para que hagamos lo que tú hiciste en la casa de Zacarías:
glorificar a Dios y santificar a las personas en Jesús,
¡por Él y para Él! ¡Amén!

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