La nueva exposición permanente de los Museos Vaticanos alberga una de las colecciones más importantes de micromosaicos del mundo. Casi quinientas obras maestras narran un arte refinado e íntimo, nacido en el Vaticano y símbolo del Grand Tour. Un viaje entre nostalgia e invención, arqueología y poesía, ingenio y creatividad.
Paolo Ondarza – Ciudad del Vaticano
Un arte sumamente refinado, nacido a la sombra de la Cúpula de San Pedro. El mosaico minúsculo, o micromosaico, floreció a finales del siglo XVIII en Roma. Pronto se difundió por toda Europa como un objeto especialmente codiciado por los viajeros del Grand Tour que, seducidos por la belleza atemporal de la Ciudad Eterna, en una época dominada por el gusto neoclásico, deseaban regresar a su patria con un recuerdo vivo e íntimo de lo que habían admirado; un souvenir, diríamos hoy.
Para los jóvenes adinerados que en el siglo XVIII visitaban Roma, admiraban sorprendidos la magnificencia de las ruinas de Pompeya y Herculano, o la sublime belleza de los paisajes italianos, se ideó la producción de objetos únicos: tabaccheras (ndr, objetos de lujo decorados con materiales refinados y a menudo se convertían en piezas de colección), pisapapeles, broches, joyas, carnets de baile sobre los cuales se destacan vistas arqueológicas, el paisaje romano, los monumentos símbolo de la cristiandad, pero también animales y flores.
Una colección permanente
Como testimonio de esta tradición romana, desde el pasado jueves 15 de mayo en la Sala Paolina de las Galerías Inferiores de los Museos Vaticanos, se exhibe de forma permanente todo el conjunto —casi quinientos piezas— de micromosaicos de las colecciones pontificias. La extraordinaria colección perteneció a Domenico Petochi y fue adquirida a principios de la década de 1990 gracias al entonces director Carlo Pietrangeli. Exhibida en parte en la gran exposición de 1986 en el Braccio di Carlo Magno, ahora se ofrece al público: ubicada en los antiguos armarios de la Biblioteca Vaticana que en su día custodiaban los manuscritos, luego trasladados al búnker construido bajo el jardín del instituto.
Intimidad y testimonio de una época
“Es quizás una de las colecciones más importantes del mundo de micromosaicos”, explica a Vatican News la Directora de los Museos Vaticanos, Barbara Jatta.
“Los temas son principalmente laicos, con una minoría de motivos religiosos. Anteriormente, estas pequeñas obras maestras se conservaban en una sala de las Galerías Superiores, abierta solo en ocasiones especiales. Hemos decidido exhibirlas de forma permanente para permitir que muchos visitantes, después de salir de la Capilla Sixtina, tengan un encuentro con objetos nacidos para una experiencia íntima y fruto de un trabajo meticuloso. Un arte refinado, testigo del gusto y el coleccionismo europeo a caballo entre los siglos XVIII y XIX, y que al mismo tiempo narra una producción exquisitamente romana, vaticana”.
Mil piezas por centímetro cuadrado
El mosaico minúsculo se consolidó en 1795 dentro del Estudio de Mosaicos del Vaticano, creado aproximadamente setenta años antes por Benedicto XIII como parte de la Fábrica de San Pedro (ndr, institución encargada de la construcción, conservación, mantenimiento y gestión de la Basílica de San Pedro). Los trabajadores de esta institución, fundada para reproducir en mosaico las grandes pinturas de altar de la Basílica Vaticana y conservar su complejo aparato decorativo, crearon piezas de menos de un milímetro, sustituyendo la técnica del esmalte vítreo cortado, utilizado en obras de mayor tamaño, por la técnica de hilado.
Un cuidado extremo y meticulosidad en el uso de pinzas y limas caracterizan la ejecución de estas pequeñas obras maestras, cuyas decoraciones llegan a contar mil diminutas piezas por centímetro cuadrado.
Nostalgia e invención
“Nostalgia e invención” son las dos palabras que, tomadas del título de la recopilación de estudios de Alvar González-Palacios, máximo conocedor de la materia, se han elegido para describir la nueva exposición de los Museos Vaticanos.
“Nostalgia, porque estos objetos hablan de un pasado que ya no existe”, precisa Luca Pesante, comisario del Departamento de Artes Decorativas de las colecciones pontificias. “Invención, porque remite a esta forma de arte nueva que tiene sus raíces en el arte clásico y nace en el Estudio de Mosaicos del Vaticano, fundado oficialmente en 1727 y encaminado hacia sus 300 años de vida”.
El prejuicio de Winckelmann
A pesar del gran éxito que disfrutó entre los dos siglos, el micromosaico fue despreciado por Winckelmann y Goethe. “Según los grandes exegetas de la época”, continúa Pesante, “estas pequeñas obras no eran más que caprichos femeninos y habían reducido la gloriosa tradición antigua del mosaico a una forma de adorno para pulseras y tabacaleras”. Para comprender bien este arte, es necesario cambiar de perspectiva y dejarnos guiar por Alvar González-Palacios, quien afirma que “lo que se busca en los objetos a los que nos referimos no es tanto su realidad física, sino la evocación de un ideal poético que está en nosotros sin que seamos totalmente conscientes de ello”.
“¡Gastó 14.000 escudos, una suma astronómica para la época!”, observa Luca Pesante. “Pensemos que en esos años, el gasto ordinario para las adquisiciones de los Museos Vaticanos, empobrecidos por el Tratado de Tolentino, era de 10.000 escudos”.
Canova y los regalos de Pío VII para Napoleón
El reconocimiento artístico y la alta calidad de estos objetos, así como el talento de quienes, como el mosaicista Giacomo Raffaelli, los traducían a partir de las pinturas de Wenzel Peter, llegaron gracias a Antonio Canova. En 1804, el escultor, nombrado Inspector de Bellas Artes para Roma y el Estado Pontificio, tuvo que seleccionar una serie de obsequios que Pío VII entregaría a Napoleón. El artista eligió numerosas cajas, brazaletes y pequeños cuadros decorados con micromosaico.
El anverso y reverso del alma italiana
Entre los muchos maravillosos y pequeños objetos expuestos en los antiguos armarios de la Biblioteca Vaticana, la mirada se ve atraída por un rostro blanco sobre un fondo azul. Es una reproducción en micromosaico del Apollo Belvedere, escultura que simboliza el ideal más alto de belleza según Winckelmann. “¿Qué une al Apolo con una tabacchera?”, se pregunta Luca Pesante. “La respuesta nos la da una vez más González-Palacios: son respectivamente el anverso y el reverso del alma italiana”.