La Palabra y la palabra: el pontificado de Francisco y el Evangelio en camino

by Admin Master
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Desde su elección al Trono de Pedro, en 2013, hasta su fallecimiento ocurrido hace un mes, el 21 de abril, Jorge Mario Bergoglio imprimió al anuncio de la Buena Nueva un nuevo impulso, hecho de la Palabra de Dios, pero también de la palabra del hombre y del diálogo cotidiano con “todos, todos, todos”.

Isabella Piro – Ciudad del Vaticano

“Modo indefinido de la lengua italiana utilizado para indicar un proceso”. Esta es la definición que el diccionario da del gerundio. Una definición que se adapta perfectamente al pontificado del Papa Francisco —concluido con su muerte hace un mes, el 21 de abril—, comenzando con el lema “Miserando atque eligendo” que eligió desde el día de su ordenación episcopal, el 27 de junio de 1992.

“Miserando atque eligendo”

Este lema, hoy muy conocido, está tomado de las homilías de San Beda el Venerable, quien, al comentar el pasaje evangélico de la vocación de San Mateo, escribe: “Jesús vio a un publicano, lo miró con sentimiento de amor y lo eligió”. Pero el Papa Francisco siempre prefirió traducir este pasaje de otro modo: “El gerundio latino miserando me parece intraducible tanto al italiano como al español. A mí me gusta traducirlo con otro gerundio que no existe: misericordiando”, explicaba en una entrevista a La Civiltà Cattolica en septiembre de 2013.

La elección del gerundio

He aquí, entonces, la predilección por el gerundio, para indicar una acción que continúa en el tiempo, que no termina aquí y ahora, sino que sigue y se renueva siempre. Después de todo, Francisco lo escribió en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium: “El tiempo es superior al espacio”. Y no hay un tiempo más indefinido en sus coordenadas que el gerundio, que indica el inicio de una acción, pero no su conclusión.

Relaciones fraternas y espacios de diálogo

Iniciar: esta es otra palabra querida para Jorge Mario Bergoglio. Iniciar, poner en marcha procesos, porque —y lo ha repetido muchas veces a lo largo de estos últimos doce años— el Evangelio se anuncia saliendo al encuentro del mundo, no permaneciendo encerrados en una Iglesia-museo y en las propias (falsas) seguridades. La Iglesia en camino es aquella de puertas abiertas, que se encuentra en diálogo con la sociedad contemporánea, que teje relaciones fraternas y genera espacios de encuentro.

Adelante, hacia el pueblo de Dios

Todas estas acciones —y Francisco lo demostró personalmente durante su pontificado— no se realizan en un momento preciso, concreto y delimitado, sino que avanzan y crecen poco a poco, como pequeñas semillas ocultas que germinan lentamente, pero con constancia. En sus 47 viajes apostólicos internacionales, así como en las audiencias con pequeños y grandes grupos de fieles, Bergoglio nunca se echó atrás ante la posibilidad de un encuentro: desde que se asomó a la Logia de la Basílica Vaticana el 13 de marzo de 2013, hasta su último paseo en el papamóvil en la plaza de San Pedro, el 20 de abril —domingo de Pascua, un día antes de morir—, el Pontífice venido “del fin del mundo” siempre dio el primer paso hacia el “santo pueblo de Dios”.

La Iglesia en salida

Asimismo, su último “viaje” —el que el sábado 26 de abril, después de las exequias, lo llevó de San Pedro a Santa María la Mayor, lugar de su sepultura— fue imagen de un pontificado y de una Iglesia “en salida”. Porque el Señor no permanece inmóvil esperándonos, sino que nos “primerea”, siempre va delante de nosotros. Especialmente, en las periferias geográficas y existenciales donde la humanidad corre el riesgo de perderse.

La cultura del encuentro y el apostolado del oído

También, el diálogo y el encuentro —más aún, “la cultura del encuentro”— tan frecuentemente invocados por Bergoglio, en especial para implorar el don de la paz, no son “herramientas” instantáneas, sino que requieren un trabajo continuo, una labor artesanal hecha con amor, basada en la conciencia de la propia identidad, el respeto por la del otro y la escucha. Francisco lo llamaba “el apostolado del oído”, con otra de sus expresiones innovadoras: esa capacidad de comprender la historia y las necesidades del prójimo, dedicándole tiempo y atención, no solo con los oídos físicos, sino también con el corazón y el alma.

Una misión dirigida a todos

La Palabra y la palabra, entonces, fueron para el Papa Francisco una sola cosa en nombre de la misión evangelizadora, una misión que está dirigida a todos, sin excluir a nadie. Es más: a “todos, todos, todos”, como dijo en 2023 en Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud. Porque la Iglesia no es “la comunidad de los mejores”, sino “la Madre de todos”: un refugio fraterno y acogedor para cada uno, donde rige la lógica de los “brazos abiertos” y no la del “dedo acusador”, porque todos —jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, justos y pecadores— son importantes y nadie es “inútil” o “superfluo”.

El magisterio de la fragilidad

“Jóvenes y ancianos”, “sanos y enfermos”: por una extraña coincidencia —extraña solo si no se cree en la Providencia— justo después del fallecimiento del Papa Francisco se celebraron dos eventos jubilares: el de los adolescentes (25–27 de abril) y el de las personas con discapacidad (28–29 de abril). Podrían parecer dos categorías opuestas: por un lado, la vivacidad y alegría de los jóvenes; por otro, el dolor y sufrimiento de quienes padecen una enfermedad. Sin embargo, no es así: nunca como en estos días los peregrinos de ambos grupos han estado unidos y en comunión, en nombre de Cristo. Su vínculo fue reforzado por el recuerdo del Papa Francisco, capaz de dialogar de forma franca y directa con los pequeños, pero también de mostrar al mundo su propia debilidad física, dando vida, en los últimos años de su pontificado, vividos en su mayoría en silla de ruedas, a un auténtico “magisterio de la fragilidad”.

Esperanza y paciencia

La evangelización de Jorge Mario Bergoglio también fue esta: una que avanzó con la esperanza de los jóvenes y con la paciencia de los ancianos y enfermos, porque, como él mismo escribió en la bula de convocatoria del actual Jubileo, Spes non confundit, “la paciencia es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene”.



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