El secretario general del Sínodo, durante la asamblea de la Unión de Superiores Generales (USG) en Sacrofano, marcó como claves para el futuro de la vida consagrada el impulso de las Iglesias locales, el compromiso misionero y la lucha contra la lacra de los abusos.
Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano
Una Iglesia que no se impone desde lo alto, sino que nace del pueblo. Una autoridad ejercida con transparencia y espíritu comunitario. Una misión que rompe barreras y llega a las periferias. Estos son los ejes centrales del mensaje del cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, durante su intervención en la Asamblea de la USG (Unión de Superiores Generales), celebrada en Sacrofano, localidad ubicada en la provincia de Roma, bajo el lema Testigos de esperanza.
El purpurado habló del papel esencial de la vida consagrada en el camino sinodal de la Iglesia, destacando tres prioridades: fortalecer las Iglesias locales, impulsar la dimensión misionera y combatir los abusos.
Una Iglesia que escucha y camina
Grech recordó el inicio del pontificado de León XIV, un Papa que ha reafirmado su intención de continuar el camino abierto por el Concilio Vaticano II. Desde su primer saludo, ha alentado a la Iglesia a avanzar en la sinodalidad, entendida como participación y corresponsabilidad.
El proceso sinodal, subrayó el cardenal, entra ahora en su fase más decisiva: la “recepción”. Ya no basta con escribir documentos o aprobar resoluciones. Hace falta que el Pueblo de Dios viva y encarne esos contenidos en su día a día. En este sentido, la vida consagrada, con su presencia diversa y extendida por el mundo, representa un motor de esperanza para una Iglesia en salida.
“La Iglesia no es un bloque homogéneo que se impone desde arriba. Es el Pueblo de Dios, que se encarna en cada pueblo y cultura, tomando un rostro y una voz únicos en cada lugar”, afirmó Grech.
Caminar juntos: consagrados e Iglesias locales
Desde el inicio del proceso sinodal, se ha pedido a los consagrados que caminen junto a las Iglesias locales donde viven y sirven. Este encuentro ha generado un enriquecimiento mutuo. Las diócesis han recibido el aporte de la tradición sinodal de los institutos religiosos, y estos, a su vez, han experimentado el valor de integrarse plenamente en la vida eclesial.
Grech destacó las prácticas internas de los religiosos —como el discernimiento comunitario, la búsqueda del consenso, las elecciones y votaciones— como verdaderas escuelas de sinodalidad. “Estas experiencias son una riqueza que puede inspirar también a nuestras Iglesias locales”, sostuvo.
Abusos: la herida que aún sangra
Uno de los puntos más delicados del discurso fue la reflexión sobre el ejercicio de la autoridad. Grech reconoció que el Sínodo ha permitido hablar con libertad sobre modelos autoritarios y distorsionados dentro de la Iglesia, también presentes en la vida consagrada.
“El abuso sexual no es un hecho aislado, sino la expresión más dramática de otros abusos previos: de conciencia, de poder, de libertad personal”, explicó. En particular, mencionó los abusos sufridos por mujeres consagradas, a menudo vinculados a una mentalidad machista aún persistente en la Iglesia y en la sociedad.
Grech citó el Documento Final de la XVI Asamblea Sinodal: “La lucha contra los abusos no puede limitarse a castigos o medidas disciplinarias. Necesitamos un cambio profundo de mentalidad, de estilo, de cultura eclesial”. Solo una Iglesia que viva la sinodalidad —con modelos de liderazgo basados en la corresponsabilidad, la rendición de cuentas y la colaboración— podrá erradicar las dinámicas de abuso, incluso las más sutiles, que han echado raíces en muchos institutos religiosos.
Una Iglesia que sale al mundo
El último punto del discurso estuvo dedicado a la dimensión misionera del proceso sinodal. Para el secretario del Sínodo, la conversión sinodal exige que el Sínodo salga de las aulas, se abra al mundo y vuelva a centrarse en la evangelización.
Aquí evocó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el texto clave de Francisco sobre una Iglesia misionera y renovada. “El sueño del Papa es también el sueño del Sínodo: comunidades que no se repliegan sobre sí mismas, sino que se lanzan a llevar el Evangelio a todas partes”, dijo.
Los institutos religiosos, por su historia y vocación, están llamados a ser punta de lanza de esta renovación. Sus comunidades pueden tender puentes con las culturas, llegar a las periferias, dar voz a los excluidos y construir caminos de paz.
“El mundo necesita testigos que vivan el Evangelio con audacia, generosidad y espíritu de servicio. La vida consagrada tiene aún mucho que ofrecer en este horizonte”, concluyó Grech.