En Cascia nacieron varias obras después de que León XIII proclamara santa, el 24 de mayo de 1900, a la humilde monja agustina que vivió entre los siglos XIV y XV. Son incontables los fieles y peregrinos que acuden a Umbría desde los cinco continentes para pedir su intercesión y que se inspiran en ella en su camino de fe
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
La Basílica de Santa Rita, la Basílica inferior, la Penitenciaría, el monasterio de las monjas agustinas: Cascia, pequeña ciudad en el corazón de Umbría, es un tesoro de lugares que conservan preciosas páginas de historia, ofrecen espacios para la oración y la espiritualidad, y acogen cada día a peregrinos y fieles. A su cuidado pastoral se dedican las religiosas agustinas del Convento de San Agustín, flanqueadas a lo largo del año por una docena de confesores, sacerdotes de varias nacionalidades que se alternan periódicamente y proceden en su mayoría de diversos colegios romanos.
Y hay muchas otras realidades: la Fundación Santa Rita de Cascia, que se ocupa de las obras de caridad y proyectos solidarios del Monasterio de Santa Rita; L’Alveare, una casa de acogida y comunidad educativa para niñas y jóvenes (las apette) de familias con dificultades, pero también un espacio abierto a los más pequeños (las millefiori) para actividades educativas y recreativas; la Pía Unión Primaria Santa Rita, asociación agustiniana que reúne a quienes buscan a Dios, siguiendo las huellas de Agustín y Rita, promoviendo los valores de la familia, la paz, el perdón y la reconciliación, difundiendo la devoción y el culto a Santa Rita, colaborando con las actividades e iniciativas de la basílica, el monasterio y la orden agustiniana.
Peregrinos de todo el mundo
La vida cotidiana en Cascia está hecha de encuentros, celebraciones, momentos de oración con gente de todo el mundo, explica a los medios vaticanos el padre Juraj Pigula, prior del Convento de San Agustín. Tras su canonización el 24 de mayo de 1900, durante el pontificado de León XIII, la fama de la «santa de los casos imposibles» se extendió a todos los continentes y hoy vienen a rezarle muchos desde el Líbano, Filipinas, India, Brasil, Polonia y otros países donde no era muy conocida, añade el padre Juraj, como Croacia, Eslovaquia y la República Checa.
Pero también llegan peregrinos de África y Australia. En definitiva, «Santa Rita se abre camino por su santidad», sobre todo por su «espiritualidad muy sencilla», prosigue el religioso, porque «es una mujer de paz», que enseña a perdonar y a confiar siempre en Dios, a rezar sin cesar, sin desanimarse.
Para el padre Juraj, el 125° aniversario de su canonización, celebrado el pasado sábado, relanza su mensaje de paz y nos invita a redescubrir su estilo de vida que todos podemos imitar, porque, como Rita, «todos tenemos problemas en las relaciones, nos enfadamos, a veces no nos hablamos en las familias, sobre todo por cuestiones diferentes, y por eso siempre hay necesidad de reconciliación, de perdón».
Además, Rita fue madre, por lo que sugiere cómo educar a sus hijos, y luego su forma de afrontar el sufrimiento «nos enseña a sufrir por amor, no refunfuñando, sino transformando el dolor».
La obra de la Madre María Teresa Fasce
Pero en Casia también hay una historia dentro de la historia. No todo el mundo sabe que la basílica de Santa Rita se debe a la ligur María Teresa Fasce, beata, que fue abadesa del monasterio de Santa Rita durante 27 años, de 1920 a 1947, cuenta el padre Pietro Bellini, sacristán. Su vocación está ligada a la canonización de Rita. Tenía entonces 19 años, aquella noticia le hizo conocer a la santa agustina, quedó fascinada por ella y decidió entregarse al Señor como ella, en el monasterio donde vivía.
En aquella época, Cascia era un pequeño pueblo agrícola, describe el padre Pietro, en la comunidad monástica había pocas monjas de clausura, «tal vez poco instruidas, probablemente viviendo en la pobreza». María Fasce, una joven de buena familia, que había estudiado, se enfrentó a esta realidad. Ingresó como postulante el 6 de junio de 1906, pero encontró en el monasterio un ambiente de sequedad espiritual y en 1910 decidió abandonarlo para hacer una pausa de reflexión, pero regresó al año siguiente.
«Tuvo, creo, una conversión interior – reflexiona Bellini – consiguió despojarse de toda su cultura, de todo lo que era para asimilarse a estas hermanas y vivir con ellas su consagración».
Así, en 1914 fue elegida maestra de novicias y seis años más tarde, por unanimidad, abadesa. «A ella le debemos todo lo que se ve – subraya el padre Pietro – cuando se viene a Cascia. Difundió el culto a Santa Rita, promovió las peregrinaciones, hizo todo lo posible para construir un santuario adecuado para acoger a los fieles, fundó la revista De las abejas a las rosas, la hizo traducir a varios idiomas y lanzó una colecta de ofrendas, creó L’Alveare, un hogar para niñas pobres».
La Madre Fasce falleció el 18 de enero de 1947 y sus restos fueron depositados en la Basílica inferior de Cascia; el 12 de octubre de 1997 Juan Pablo II la proclamó beata. Para el padre Pietro, todo esto demuestra que «la santidad es fecunda», y que «la santidad de santa Rita hace santos a los demás».
Perdón y reconciliación
Y justo entre la Basílica superior y la Basílica inferior se encuentra la Penitenciaría, el lugar donde se celebra el sacramento de la reconciliación y donde siempre hay sacerdotes para oír confesiones. Consta de cinco salas: la sala de acogida, la sala de preparación, la sala de celebración, la sala de confesión y la sala de acción de gracias. El padre Ernesto Alfonso, angoleño de la Congregación del Espíritu Santo, trabaja allí desde hace tres semanas y también comparte su experiencia con los medios de comunicación vaticanos.
«En un mundo donde se dice que ya no hay quien encuentre a Jesús, especialmente en el sacramento de la reconciliación, aquí, en cambio, vemos que la gente todavía se confiesa», afirma. Los peregrinos piden ser escuchados, «necesitan no sólo decir sus pecados, sino también presentar sus problemas, hay un grito de ayuda por tantas situaciones», continúa el padre Ernesto.
Su valoración de las horas pasadas en el confesionario es que «hay fe» entre la gente. Muchos acuden a Cascia «para dar gracias a Dios por los signos concretos» recibidos, otros para pedir «la fuerza para afrontar diversos problemas», por lo que, para el sacerdote de la Congregación del Espíritu Santo, «el milagro es ya el de saber convivir con tantas situaciones de la vida mirando a Jesús, que es nuestra fuerza, el camino, la verdad y la vida».
Es, en la práctica, el mensaje de Santa Rita: «mirar a Jesús», perdonar, amar, esperar, «la fe en medio de la oscuridad de la vida». «Esto es lo que la gente nos hace sentir» en los confesionarios, concluye el padre Ernesto, «y para nosotros, confesores, es un enriquecimiento: hablar con hermanos que nos traen estos testimonios también nos ayuda a crecer».