Tras la audiencia con el Papa León XIV, el capitán Giovanni Di Lorenzo, el entrenador Antonio Conte y el presidente Aurelio De Laurentiis compartieron con los medios vaticanos sus emociones por el encuentro con el Pontífice y reflexionaron sobre el valor del trabajo en equipo como clave para alcanzar metas importantes, como lo fue la conquista del campeonato.
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
“Napoli siempre sabe resurgir, apoyada en una esperanza templada por mil desafíos”, dijo el Papa Francisco el 21 de marzo de 2015, durante su visita a Scampia, un barrio herido pero vibrante, reflejo de una ciudad que camina al borde del abismo y que, sin embargo, siempre logra bailar sobre la cuerda floja. No fue una frase casual: el Pontífice aludía a una fuerza que, en Nápoles, se alimenta de lo sagrado y lo cotidiano. Una espiritualidad que huele tanto a incienso como a sudor, que se expresa en los antiguos rituales dedicados a San Genaro, y que arde con igual pasión en el amor profundo por el fútbol, que une a toda la ciudad en torno al equipo celeste. Esa fuerza —la del grupo— fue, según palabras del capitán Giovanni Di Lorenzo, del técnico Antonio Conte y del presidente Aurelio De Laurentiis, la clave del título de liga logrado por el Napoli.
“Hacer las cosas en armonía”
El amor por el equipo se manifestó —y se sintió— en la gran fiesta napolitana, como la describió el Papa, por la obtención del cuarto título en la historia del club. Se vivió en los cánticos que estallaban por los callejones, en los abrazos espontáneos entre desconocidos, en los fuegos artificiales que convirtieron la noche en un cielo de estrellas repentinas.
Esas imágenes vibrantes contrastan con los momentos más sobrios vividos este martes 27 de mayo cuando los campeones de Italia fueron recibidos en la Sala Clementina del Vaticano. Antes del saludo personal, escucharon una reflexión del Pontífice sobre el sentido de la victoria: un resultado que nace de un largo proceso, en el que el brillo individual se pone al servicio del grupo.
Una filosofía que Antonio Conte ha sabido llevar al campo de juego durante toda la temporada. “Hacer las cosas en conjunto, en armonía, apostando siempre por el colectivo y nunca por el individualismo”, resumió. Un enfoque que se ve en los detalles, en esos gestos sutiles que marcan la diferencia entre un buen equipo y un equipo campeón. Como la decisión —tan simple como transformadora— de ofrecer clases de italiano a los jugadores extranjeros, para tender puentes en el vestuario y no levantar barreras.
Un encuentro con el Papa como broche de oro
Antes de abandonar el Vaticano, no solo los jugadores italianos se detuvieron. También Juan Jesus, que ya lleva a Italia en el corazón y en sus documentos; Giovanni Simeone, herencia viva de fútbol y pasión; y Scott McTominay, centrocampista escocés de gran temple. Todos se mostraron cercanos, sonrientes y agradecidos, bajo la atenta mirada del capitán, Giovanni Di Lorenzo: “Una emoción indescriptible”, confesó. “Estos han sido días intensos y hermosos. Y este encuentro con el Santo Padre es el broche de oro”.
Un sueño que, sin embargo, nació del esfuerzo. La lucha con el Inter, que se definió en la última jornada, puso a prueba los nervios y el corazón. Pero fue precisamente esa fuerza de grupo, evocada por el Papa, la que sostuvo al equipo en los momentos más tensos.
Aurelio De Laurentiis, presidente del club y también productor cinematográfico, usó una metáfora del cine para describir al Papa: “Tiene humildad, pero también una sabia capacidad de dirección”. Y añadió: “Le hablé incluso de uno de nuestros proyectos educativos, destinado a quienes no pueden permitirse estudiar”.