Durante la vigilia de oración programada para el sábado 31 de mayo en la plaza San Giovanni in Laterano, los dos esposos contarán el recorrido de su matrimonio. Desde la violencia doméstica contra la esposa, hasta la denuncia de ella, pasando por la prisión de él y el proceso de rehabilitación en la Comunidad Papa Giovanni XXIII, hasta la reconciliación familiar.
Daniele Piccini – Ciudad del Vaticano
“Ahora somos personas completamente renovadas, resucitadas, hemos renacido en el amor, en una nueva conciencia, porque hemos abrazado la cruz que hemos llevado.” Esta es la respuesta que hoy da Manuela Romagnoli cuando se le pide describir el estado actual de la relación con su esposo Gustavo, tras haber pasado por violencia, prisión, rehabilitación y finalmente llegar a la reconciliación.
Matrimonio con rosas y espinas
Se casaron en 2005. Él es de Foggia, ella de Riccione, se aman, pero su relación es tormentosa y no pocas veces violenta. Ambos son hijos de padres separados. Gustavo tuvo un padre agresivo y cuando la tensión sube en su relación, él reacciona violentamente y llega a las manos. “Decidí denunciar a Gustavo después de 12 años de violencia que soporté por amor y por miedo,” cuenta Manuela. “Tenía que detenerlo —continúa— para salvarme a mí misma y proteger a nuestros dos hijos, pero en el fondo no quería que nuestro matrimonio terminara.”
Gustavo termina en prisión
Tras la denuncia de Manuela a los Carabineros, Gustavo fue a la cárcel de Rimini por 24 días. “Me sentí perdido y sin esperanza —relata— la culpa era demasiado grande, lo que había hecho era demasiado grave. Un vacío absoluto por haberlo perdido todo.” Pero, justamente en el momento más oscuro, la herida se convierte en una rendija por donde entra la luz. “En la cárcel —continúa él— conocí a los voluntarios de la Comunidad Papa Giovanni XXIII y obtuve la posibilidad de cumplir la pena en una estructura alternativa, en la Comunidad Educante con los Reclusos, que tiene sus raíces en el carisma de don Oreste Benzi.”
El cambio para ambos
Mientras tanto, Manuela deja su trabajo y se confía durante un mes a una asociación contra la violencia. Criada en una familia creyente y educada en la fe católica, siente la necesidad de un cambio espiritual, que comienza a través de la palabra de un sacerdote y continúa hasta hoy. “Estaba enojada con Gustavo y con Dios —cuenta—, a quien consideraba culpable por no haberme ayudado. Un día, un cura me dijo que no podía perdonar si antes no experimentaba ser perdonada y amada. Esas palabras me salvaron.”
Poco a poco, también Gustavo cambia. Pueden retomar el contacto, inicialmente solo telefónico, con la esposa. “Decidí ayudar a personas con vicisitudes similares a las mías —reconstruye Gustavo— quedándome a trabajar en la Casa Madre del perdón en Rimini, habitada por personas con discapacidad y personas que vienen de la cárcel. Uno de ellos, Marino, me conmovió, me ayudó a salir de mi egocentrismo, yo que siempre me había sentido un fracasado, descubrí que tenía algo bueno para dar a los demás.”
El renacer a partir del perdón
Desde hace tres años la pareja está junta de nuevo. Los esposos, junto a representantes de cuatro asociaciones familiares, contarán su historia el sábado por la noche, 31 de mayo, durante una vigilia de oración en la plaza San Giovanni in Laterano, una de las iniciativas previstas en el Jubileo de las Familias, Niños, Abuelos y Ancianos, programado desde el viernes 30 de mayo hasta el domingo 1 de junio. “Perdonar no es humano —concluye Manuela— es una gracia. Es algo divino, porque humanamente no se puede perdonar a una persona que nos ha hecho daño. Pero el Señor en un momento entra dentro de ti y su amor vence el mal. Cuando la rabia se va, puedes sentirte consolada, amada.”