Francisco, León XIV y la urgencia de escuchar


A la víspera de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, un recordatorio sobre la centralidad de la escucha en la comunicación. Para Bergoglio y Prevost, escuchar al prójimo con total disponibilidad interior es fundamental, como ya lo enseñaron en diferentes épocas San Agustín y San Francisco de Asís. Es una necesidad que la Inteligencia Artificial nunca podrá satisfacer, porque ninguna máquina puede reemplazar el corazón humano.

Alessandro Gisotti

“Cuando una persona te habla, espera que termine de hablar para entenderla bien y luego, si lo siento, le diré algo. Pero lo importante es escuchar”. Pocos días después de su muerte, se hizo público un breve video de Papa Francisco grabado en enero de este año. Menos de un minuto, condensado en las palabras que acabamos de citar. La escucha como una urgencia vital (el video iba dirigido a jóvenes), pero también como un testamento ideal de un Papa que durante 12 años se ha puesto en escucha de todos, especialmente de los más lejanos, de los incómodos, de los descartados de este mundo. Aquellos que preferimos no escuchar porque, muchas veces, sus palabras y sus historias nos molestan, nos incomodan.

Francisco ha hecho del primado de la escucha la regla de oro para la comunicación, tanto si se trataba de la comunicación de los profesionales del sector como si se refería a la comunicación interpersonal, esa que está estrechamente vinculada a las relaciones y que es, en el fondo, el alma de cada vínculo humano. Escuchar, entonces, y luego hablar. Escuchar como el primer acto de comunicar. Escuchar, ver y tocar con las manos antes de informar, especialmente sobre las muchas heridas profundas que laceran el cuerpo de nuestra humanidad. Verbos que resuenan también en la víspera de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que se celebra mañana por 59ª vez.

Sin duda, sobre el amplio tema de la comunicación, tanto Bergoglio como Prevost (ya antes de ser elegidos para la Sede de Pedro) han subrayado con mucha convicción la centralidad de la escucha en la comunicación. La necesidad de dar tiempo y espacio al otro para encontrarlo en el silencio, antes incluso que en la palabra. Como es bien sabido, Francisco —promotor de lo que él ha llamado “terapia del oído” y “pastoral del oído”— ha citado en varias ocasiones a San Francisco de Asís, quien pedía a sus frailes “inclinar el oído del corazón”. Una afirmación en sintonía con lo que el obispo de Hipona había dicho ocho siglos antes: “No tengáis el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón”.

El agustiniano Robert Francis Prevost ha hecho de este principio un estilo de vida y, más tarde, un método de acción pastoral. No hay amigo ni colaborador, ya sea de sus años en Perú o de su tiempo como prior general de los agustinos y, finalmente, como prefecto del Dicasterio para los Obispos, que no haya destacado, ante todo, esta cualidad: “Es un hombre que escucha”. En una entrevista con L’Osservatore Romano, el cardenal Luis Antonio Tagle subrayó que León XIV “tiene una capacidad de escucha profunda y paciente. Antes de tomar una decisión, se dedica a un estudio y reflexión cuidadosos. Expresa sus sentimientos y preferencias sin querer imponerlos”.

Hoy, lamentablemente, vivimos en un mundo donde parece que se valora más tener “la última palabra” que el simple hecho de escuchar. Y esto ocurre también en el ámbito digital, donde la tentación de cerrar una conversación con un post llamativo nos lleva a olvidar que, en la comunicación, no debería haber ni ganadores ni perdedores, sino un enriquecimiento mutuo, incluso (y quizás sobre todo) cuando no pensamos de la misma manera.

La escucha, entonces, como atención a la humanidad del otro. A su singularidad. Algo que el Papa León XIV aprendió desde joven, en la familia de los hijos de San Agustín y, antes aún, en su propia familia en Chicago. Como contó en una entrevista cuando aún era cardenal, cuando estaba por ingresar al noviciado, tuvo una larga conversación con su padre. “Aunque hubiera escuchado cien veces a mis formadores —confesó—, cuando mi padre me hablaba de una manera muy humana, muy profunda, pensaba: ‘Aquí hay mucho por escuchar, tengo que pensar mucho en lo que me dijo’.”

El mundo necesita hombres y mujeres capaces de escuchar. Y cuanto mayor es su nivel de responsabilidad, más necesaria es esta virtud. Hoy en día, las crisis más graves que afligen al mundo nacen precisamente de la incapacidad de escucharse, de “ponerse en el lugar del otro”. Durante la pandemia de COVID-19, ese período tan terrible del cual deberíamos haber aprendido alguna lección, fuimos obligados a volver a la esencia de la comunicación, que es el diálogo con el prójimo y, antes aún, con nosotros mismos, con nuestra imperfecta interioridad. Como señaló el psiquiatra Eugenio Borgna, durante el confinamiento creció el “deseo ilimitado de ser escuchados”. Un deseo que nos acompañará siempre. Y que ninguna Inteligencia Artificial podrá satisfacer. Incluso la tecnología informática más avanzada puede responder a una pregunta nuestra, pero nada podrá frente a nuestro silencio y a nuestra necesidad primordial de tener cerca un corazón que nos escuche.



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