El Papa León XIV recordó este sábado que la perfección no es lo esencial en el ministerio sacerdotal, sino la credibilidad de vida, al presidir en la Basílica de San Pedro la Misa de ordenación de 11 nuevos sacerdotes.
“Permanecemos dentro del pueblo de Dios para poder estar delante de él con un testimonio creíble. Juntos reconstruiremos la credibilidad de una Iglesia herida, enviada a una humanidad herida, dentro de una creación herida. No importa ser perfectos, pero es necesario ser creíbles”, proclamó el Pontífice el 31 de mayo.
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Asimismo, invitó a los nuevos presbíteros a vivir con transparencia, cerca de las personas, y no como “dueños”, sino como “custodios” de la misión que es de Jesús. “Él ha resucitado, por tanto está vivo y nos precede. Ninguno de nosotros está llamado a sustituirlo”, recordó.
En el marco de la fiesta de la Visitación de la Virgen María, el Santo Padre insistió en que la identidad del sacerdote no se basa en sus cualidades personales, sino en su unión con Cristo.
“Queridos ordenandos, ¡concíbanse a ustedes mismos al modo de Jesús! Ser de Dios –siervos de Dios, pueblo de Dios– nos liga a la tierra: no a un mundo ideal, sino al real”, recordó.
También exhortó a los ordenandos, recordándoles que están llamados a consagrarse “a personas de carne y hueso” que el “Padre pone en su camino”, “sin separarse, sin aislarse, sin convertir el don recibido en una especie de privilegio”.
“El Papa Francisco nos ha advertido muchas veces contra esto, porque la autorreferencialidad apaga el fuego de la misión”, recordó sobre su predecesor fallecido el 21 de abril, Lunes de Pascua.

Durante su predicación, León XIV también recuperó las palabras de San Pablo a los ancianos de Éfeso: “Ustedes saben cómo me he comportado con ustedes durante todo este tiempo”.
A partir de esta frase, el Papa subrayó que el comportamiento del sacerdote debe ser visible, legible y confiable: “¡Vidas conocidas, vidas legibles, vidas creíbles! Permanecemos dentro del pueblo de Dios para poder estar delante de él con un testimonio creíble”.
El gesto de la imposición de manos, explicó, no sólo comunica el Espíritu Santo, sino que vincula al sacerdote con el pueblo al que sirve. También pidió a Dios para que, a través de este gesto, se renueve en los nuevos sacerdotes “la fuerza liberadora de su ministerio mesiánico”.
El Pontífice también recordó que “el amor de Cristo nos apremia”, no para poseer, sino para liberar, para compartir la única riqueza que se multiplica: ser de Dios. “Somos de Dios: no hay riqueza mayor que esta para valorar y compartir. Es la única riqueza que, al compartirse, se multiplica. Queremos llevarla juntos al mundo que Dios ha amado tanto que entregó a su Hijo único”, sostuvo.

Finalmente, el Papa concluyó su homilía confiando a los nuevos presbíteros a la intercesión de la Virgen María, “Madre de la Iglesia”, y les agradeció por su “vida entregada” al servicio de un pueblo que, como el Magnificat de María, “es visitado por la gracia”.
“En María, Madre de la Iglesia, brilla este sacerdocio común que enaltece a los humildes, une a las generaciones y nos hace llamar bienaventurados (cf. Lc 1,48.52). Ella, Virgen de la Confianza y Madre de la Esperanza, interceda por nosotros”, concluyó.
Concelebraron con el Santo Padre: el Cardenal Baldassare Reina, Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma; los Cardenales; los Obispos Auxiliares; los Superiores de los Seminarios correspondientes y los párrocos de los ordenandos.