“Asociaciones y movimientos, sean testigos de unidad y amor”

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Esta mañana en la Basílica de San Pedro el cardenal secretario de Estado, presidió la misa para los 250 representantes de 115 agrupaciones que llegaron al Vaticano con motivo de la reunión anual de asociaciones de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades que en estos días celebran su Jubileo

Lorena Leonardi – Ciudad del Vaticano

El amor y la unidad, principios a los que León XIII llamó a la Iglesia en la Misa para el inicio del ministerio petrino, se entrelazan en el camino señalado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, durante la mañana de este 5 de junio, a los representantes de las agrupaciones eclesiales que llegaron al Vaticano para su Encuentro anual.

 

Este encuentro, que se realiza en vísperas del Jubileo de los movimientos, asociaciones y nuevas comunidades y cuyo tema este año es “La esperanza vivida y anunciada. El don del Jubileo para las agrupaciones eclesiales”, cuenta con la participación de aproximadamente 250 representantes de las 115 agrupaciones reconocidas por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, promotor de la iniciativa que, iniciada ayer, termina esta tarde.

Señales reveladoras y misioneras

Moderadores y representantes de las agrupaciones eclesiales se reunieron esta mañana en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, donde el cardenal Parolin presidió la Eucaristía concelebrada por el cardenal Kevin Farrell y el obispo Darío Gervasi, respectivamente prefecto y secretario adjunto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.

Reflexionando sobre la oración de Jesús escuchada poco antes en el Evangelio, en la homilía el purpurado destacó que “unidad y amor” son las dos “realidades distintivas de toda comunidad cristiana”: “Señales reveladoras” y “señales misioneras”, ambos hablan de Dios y “atraen hacia Dios”.

Al igual que Jesús, cuyo “modo de ser y de vivir” apuntaba “más allá”, de lo contrario habría parecido solo un hombre común; en cambio, hacía intuir “algo más grande, más allá de lo humano; algo hermoso, fascinante, del cual de alguna manera se quería participar”.

Y esto mismo sucede en la Iglesia. Si no se vive esa misma “unidad” que existe entre el Padre y el Hijo, entonces – indicó el secretario de Estado – “la comunidad cristiana se limita a ser solo un grupo de amigos como tantos otros”.

Cuando el conjunto “no habla de Dios”, todo lo bueno que la comunidad realiza por los demás, continuó Parolin, “se reduce a beneficencia, a voluntarismo ético y esfuerzo humano de solidaridad”, pero no deja entrever la “caridad divina fruto del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones”.

Así, si la armonía entre las personas suscita atracción, la unidad y el amor en la Iglesia se convierten en señales reveladoras y misioneras solo si conservan su “origen divino”.

La fragilidad de las relaciones

Las relaciones humanas, en realidad, “son muy frágiles”: basta poco y la unidad se rompe en las familias, en los ambientes de trabajo, entre amigos, por no hablar – subrayó el cardenal – “de los contextos más amplios de la sociedad civil, la política, las relaciones entre Estados”, donde “parece casi imposible mantener la unidad y aún menos el amor”.

Dado que en todas partes predominan “resentimientos, conflictos, divisiones y rencores”, donde aparecen una unidad duradera y un amor auténtico, “ahí se despierta la maravilla y el corazón de las personas se interroga”. Este tipo de unidad y amor que – como dijo Parolin – “todos ustedes han experimentado en sus asociaciones, movimientos y comunidades”, es un don “para custodiar y alimentar” volviendo a Cristo, acercándose y reconectándose con Él, que es la misma fuente del don, quizás precisamente en ocasión del año jubilar en curso.

Alcanzar el mundo de hoy y a los jóvenes

Desde el secretario de Estado, un guiño a la primera lectura y a la invitación dirigida a San Pablo a testimoniar no solo en Jerusalén sino también en Roma: “También sus futuras misiones son necesarias”, destacó Parolin dirigiéndose a los presentes, y no deben “quedarse en Jerusalén” sino “alcanzar Roma”, es decir, llegar “al corazón del mundo moderno, en los nuevos centros de la vida social, en los nuevos entornos de la comunicación, a las nuevas generaciones”. Finalmente, en el día en que la Iglesia recuerda a san Bonifacio, gran evangelizador y misionero incansable, el purpurado invocó su intercesión para ser en las comunidades eclesiales “alegres anunciadores del Evangelio para llevar a Cristo, nuestra esperanza, a los hombres que esperan su luz”.



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