Historiadores, líderes religiosos y activistas compartieron reflexiones y experiencias en la iglesia de San Ignacio de Loyola, abogando por la dignidad humana y el fin de la violencia en la región.
Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano
“Estamos aquí porque no podemos quedarnos inmóviles y pasivos”. Con estas palabras, el jesuita Massimo Nevola, asistente nacional de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX) y de la Liga Misionera de Estudiantes (LMS), abrió el encuentro interreligioso de meditación celebrado la noche del 8 de junio en la iglesia romana de San Ignacio de Loyola, con una audiencia atenta y comprometida.
Fue una iniciativa de gran relevancia, especialmente en la solemnidad de Pentecostés, como una expresión concreta de diálogo, para inspirar acción, conciencia y compromiso en favor de la paz. on la mirada puesta en la guerra en Medio Oriente, donde se está viviendo una auténtica masacre, participaron la historiadora judía Anna Foa, la pastora valdense Maria Bonafede, el teólogo islámico Hamdan Al-Zegri, la hermana Geneviève Jeanningros y, desde Jerusalén, el cristiano maronita Andre Haddad. Sus testimonios se alternaron con momentos de silencio, lecturas y música.
Anna Foa recordó que hay marchas de judíos y palestinos que se acercan a las puertas de Gaza para protestar: “Estos movimientos existen y se movilizan para denunciar su disidencia. Hay que apoyarlos. Todo el mundo debería respaldar este intento de despertar a la sociedad civil. Hemos visto manifestaciones de judíos en las calles de Tel Aviv y Jerusalén con fotos de niños palestinos asesinados”. Junto a las acciones diplomáticas para reconocer un Estado palestino, añadió, debe haber una presión decidida desde la sociedad civil. Desde una perspectiva laica —“yo no sé rezar”, admitió—, subrayó el valor inviolable de la humanidad del otro, un bien demasiado precioso como para descuidarlo. “Debemos unir todas nuestras fuerzas —dijo— para afirmar que no somos indiferentes: ante nuestros ojos se está perpetrando una tragedia indescriptible”.
Bonafede: frenar la espiral de odio
La pastora valdense Maria Bonafede habló con un tono sereno pero firme, citando las Escrituras para aplicarlas a la dura realidad actual: “Estamos ante una guerra llena de odio, que el mundo entero ve, pero que no consigue detenerse”. Compartió el versículo del Salmo 121, que ha dado consuelo a generaciones: “Alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá la ayuda? Mi ayuda viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”.
Bonafede invitó a imaginar una larga pausa entre la pregunta y la respuesta: es el silencio, la espera, la búsqueda. Hoy, afirmó, parece que la respuesta no llega de inmediato: estamos ante la aniquilación, con “ojos desesperados que acompañan esta guerra desde el horroroso atentado de Hamás”. Destacó “el insoportable vacío de sentido” y el hecho de que entre la pregunta y la respuesta queda el espacio para reconocer que la respuesta se hace esperar. La vida nos enfrenta a preguntas que pueden quedarse abiertas. “El mal no nos es ajeno”, dijo; somos nosotros, la humanidad del siglo XXI, quienes demostramos de nuevo de lo que somos capaces.
“El espacio entre la pregunta y la respuesta —prosiguió— debe ser el espacio para luchar contra el mal e intentar vencerlo, para invocar justicia con lágrimas y para estremecernos ante el sufrimiento”. Animó a apoyar a quienes crean espacios de diálogo y encuentros entre culturas, y a escuchar a las familias de los rehenes que piden al gobierno israelí que detenga los bombardeos contra un pueblo que muere de hambre. “Como amiga de Israel —aclaró—, creo que es necesario frenar el odio, porque la respuesta militar israelí ya no tiene legitimidad alguna. El mal es demasiado grande, incluido el antisemitismo que está creciendo; por eso es fundamental escuchar a quienes defienden las resoluciones de la comunidad internacional”. Recordó que hay iniciativas que buscan unir a palestinos e israelíes para detener la espiral de odio. Son semillas de bien que deben acogerse con una “oración vigilante y activa”.
Al-Zeqri: la vía de la violencia es fácil, hay que reconstruir la dignidad
El joven yemení Hamdan Al-Zeqri, miembro de la Unión de Comunidades Islámicas de Italia, intervino después para aportar palabras de diálogo sincero. Recordó que “no podemos agradecer al Creador si antes no agradecemos al hermano”. Mencionó genocidios olvidados, como los de África, “de los que nadie ha pedido perdón todavía”. Señaló la obsesión por el progreso económico, incluso a costa del comercio de armas.
Citó a su amigo Don Ciotti: “Nos emocionamos, pero no actuamos”. E insistió: “Hay que moverse”. Él mismo ha vivido la guerra: reside en la comunidad católica de Vicchio (Mugello), fundada por el jesuita monseñor Paolo Bizzeti, y trabaja en educación para la paz, inspirado en Don Milani. “Sigo creyendo en la humanidad y en la paz. Porque cada persona merece vivir en libertad. En Gaza, la gente está humillada, hambrienta y bombardeada”. Relató cómo, con solo 8 años, escuchaba el sonido de las bombas, heridas que nunca se borran. “La memoria nos enseña que hay cosas que no deben repetirse. Porque el camino de la violencia es muy fácil”.
Mencionó el Documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial, firmado en Abu Dabi por el Papa Francisco y el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb el 4 de febrero de 2019. Subrayó la necesidad de proteger la vida humana: “La guerra destruye el pasado, quema el presente y anula el futuro. Debemos hacer realidad nuestra Constitución, pasar del texto al contexto”. Y recordó las palabras del Papa Francisco sobre ser “tejedores de esperanza”. Hay que reconstruir la paz. Citó, finalmente, la perspectiva de Don Ernesto Balducci, quien nos invitaba a ser “hombres planetarios”, arraigados en nuestra tierra, pero pensando en el mundo y en horizontes más amplios.
Haddad, desde Jerusalén: la guerra no trae la paz
La hermana Geneviève Jeanningros, que dedicó más de 50 años a la pastoral con los circenses, señaló que la paz comienza amando a quien es diferente: “Cada uno de nosotros puede trabajar por la paz; ellos me lo enseñaron”. Recordó su amistad con el Papa Francisco y habló de su labor cotidiana para encontrarse con el extranjero: “Se nos pide vivir como amigos, no como extraños. Pasé 55 años con los feriantes y fue hermoso, no siempre fácil, pero valió la pena”.
Cerró el encuentro el testimonio de Andre Haddad, cristiano maronita, desde Jerusalén. Antiguo huésped de la Comunidad de San Ignacio en Roma junto a jóvenes de Jerusalén, trabaja en el Patriarcado Latino.
Desde el norte de la Ciudad Vieja, donde vive, compartió la tensión constante: “He comprendido que la guerra nunca traerá soluciones positivas. Pensamos que con las armas podemos alcanzar la paz, pero no. Aquí no hay paz para nadie. Nadie está dispuesto a dar un paso atrás. Las armas se ceban con la gente más humilde”. Insistió en que “no se puede decir que se gana una guerra a costa de miles de niños asesinados. La guerra solo sirve para que algunos conserven sus cargos, pero nunca traerá la paz”.
Para concluir la velada, Maria Bonafede y la hermana Geneviève se tomaron de la mano y rezaron juntas el Padrenuestro, antes de fundirse en un abrazo. Ahora, la antorcha de este compromiso pasa a cada uno de nosotros, para llevarla más allá de toda frontera.