La memoria 2024 de las Obras Misionales Pontificias (OMP) en España reflejan una caída paulatina del número de misioneros (unos 1.500 menos que en 2020), mientras el país sigue siendo líder en donaciones a nivel mundial, sólo por detrás de Estados Unidos.
Así, España aportó a los Fondos Universales de Solidaridad un alrededor de un 15% del total, mientras que Estados Unidos llegó al entorno del 23%. El resto de secretariados nacionales de OMP ayudan con aportaciones no superiores al 5%.
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En referencia a los ingresos año a año, España ha pasado de obtener 17,2 millones de euros en 2020 a 18,5 millones en 2024.
El director de OMP España, P. José María Calderón, quiso reconocer, durante la presentación de la memoria, la generosidad de los donantes: “Es muy bonito ver que España no solamente no ha bajado la recaudación sino que va poquito a poco recuperando lo que había perdido en un momento con la pandemia”.
También ha crecido el número de actividades misioneras y, en general, quienes participan en ellas.
Es el caso de las vigilias de oración, que en 2020, en plena pandemia, fueron 76 y se han ido incrementando hasta el pasado año con 177. En ellas se ha experimentado un aumento de los participantes, que ya superan los 9.000.
Respecto de las Misas de envío de misioneros, con altibajos, se ha logrado superar las 70 el pasado año, con una asistencia muy significativa en 2024, pero que no alcanza el mejor registro de los últimos cinco (1.506 en 2021).
Respecto de las Eucaristías de envío de jóvenes, para actividades misioneras sobre todo durante el verano europeo, se da la paradoja que, con un descenso en número (10 en 2024, frente a 21 en 2020), el número de enviados ha experimentado un resurgir importante, triplicando en 2024 lo del año anterior, como ha destacado el P. Calderón.
Estos datos pujantes, que invitan a la esperanza conviven con la realidad menguante de los misioneros españoles. En los últimos cinco años, las OMP España han pasado de tener 10.629 misioneros registrados a 9.684, de los cuales estaban en activo más de 7.000 en 2020 y, cinco años después, son 5.624.
En consecuencia, el número de misioneros que están en España colaborando en la acción misionera o a la espera de destino ha aumentado ligeramente, a un ritmo de unos 100 al año de media.
Esta caída se refleja en que hay menos sacerdotes diocesanos y presbíteros de órdenes religiosas y personas consagradas en tierras de misión. Esto contrasta con un ligero aumento del número de laicos misioneros el pasado año.
Un dato que no ha variado aparentemente es el del país en el que hay más misioneros españoles, que sigue siendo Perú, por delante de Venezuela, aunque en ambos, en consonancia con la tendencia general, cada año son menos.
Frente a esto, el P. Calderón expuso que la exigencia de la atención a la labor misionera de la Iglesia Católica se multiplica, dado que de 2023 a 2024 los territorios de misión han pasado de 1.123 a 1.131.
“Llega un punto en que ese territorio se divide porque la vida de la Iglesia empieza a funcionar” y entonces es necesaria la partición “porque un solo obispo con una sola curia no puede atenderlo bien”, explicó.
“¿Cómo está tu corazón?”
Junto al P. Calderón, ha comparecido el P. Heliodoro Picazo, un misionero español que marchó en 1988 a Guatemala, en principio con un compromiso para tres años: “Después renovamos, el obispo estaba contento, yo también y ahí fuimos ampliando”. Hasta hoy.
De su experiencia misionera, el P. Picazo destaca la alegría y la fe de los cristianos de Guatemala: “Los sacerdotes, los cristianos conocemos la fe. Sabemos los dogmas, sabemos la teoría, la tenemos metida a veces en la cabeza, pero ellos la tienen en el corazón”.
Como muestra de ello, explicó que los indígenas quechí, con los que ha convivido durante años, por la mañana, tienen una manera particular de interesarse por el otro: “Ellos preguntan en quechí, diciendo Masá, Lachol, ¿cómo está tu corazón?”.
“Si tu corazón está contento, aunque estés enfermo, aunque no tengas la seguridad que vas a comer, aunque pase lo que pase, eso solo se entiende desde el pobre, desde esa espiritualidad, desde ese Dios, que eso que decía Santa Teresa y que a veces decimos nosotros, ‘sólo Dios basta’, no son palabras, es realidad en ellos”, explicó.
El P. Picazo aprovechó también la ocasión para explicar una anécdota que ilustra aún mejor como la alegría profunda de la fe se manifiesta, aún dentro de la tragedia por la muerte de una niña de dos años, la pequeña de los ocho hijos de un catequista, responsable de la comunidad.
“Me llamó, se me heló el corazón, porque yo iba a las comunidades a caballo, diez, doce horas, cenaba allí, dormía allí con su familia, o sea, que éramos familia prácticamente, y yo iba compungido, y yo iba llorando, y yo iba hecho polvo, como decimos. Cuando vi a los niños, la niña en una caja de cartón, porque no hay ataúdes, y los niños por allí mirando a la niña, encendiendo una candelita, viviendo el momento con esa alegría, con esa fe en la resurrección, con esa calma… Yo pensé para mí: no sé si acerté, aquí no tienes que estar triste, Helio, no te sale la alegría, pero por lo menos no estés llorando con esta gente”.
Más allá de esto, relató que “el problema más duro, más difícil que puede haber allí, es encontrarse en ese momento, diríamos, de dificultad, de amenazas de muerte, de pistolas en el pecho, de vueltas que dan los carros porque te sacan los camiones de la carretera. Sin embargo, estás vivo”.
Tanto es así, que el compadre del misionero le dijo en una ocasión: “usted es como Terminator. No termina nunca, por mucho accidente que tenga”.
Es en esos momentos cuando el misionero, reconoce, siente el valor de la oración de los demás. Respecto de la suya propia, afirma que ha abandonado la oración de petición: “Mi oración es: Señor, ¿en qué te puedo ayudar?”.
Muchos le han dicho “¿qué necesidad tienes de ir a sufrir, Helio?”, a lo que contesta que la vocación a la santidad es sencilla: “Creciendo uno mismo para servir y, eso, hacerlo disfrutando” a pesar de las dificultades.
Esto supone no quejarse: “El cuerpo está jodido, pero yo estoy bien. En cuanto te identifiques con el cuerpo, estás perdido. Y, además, el cuerpo no es ni mucho menos lo más importante”.