El Ordinario Militar para Francia: diálogo urgente contra el peligro atómico

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En conversación con Antoine de Romanet de Beaune sobre las cifras que se desprenden del último informe Ican, según el cual las nueve potencias nucleares han gastado más de 100.000 millones de dólares en 2024. El obispo: “Reactivar el Tratado de No Proliferación y comenzar con el compromiso de emprender un proceso de desarme”.

Augustine Asta – Ciudad del Vaticano

En 2024, por primera vez, el gasto de las nueve potencias nucleares del mundo superó la barrera de los 100.000 millones de dólares. Así lo revela el último informe de Ican, la Campaña Internacional para la abolición de las armas nucleares, publicado recientemente. Hemos pedido a Antoine de Romanet de Beaune, obispo ordinario castrense de Francia, que reflexione sobre esta cuestión a la luz de los resultados.

¿Cómo entender las cifras de gasto nuclear destacadas en el último informe del Ican?

En primer lugar, subrayemos que se trata de armas de guerra y, por tanto, de lo más trágico para la humanidad. La guerra es una realidad aterradora que hiere especialmente a los más pobres, a los más débiles y a los más pequeños. Una realidad de hierro y fuego, de sangre y lágrimas, de sudor y barro, de heridos y muertos: el horror absoluto. Cuando se habla de armas de guerra, el terror se apodera siempre de uno. Y cuando se trata de armas nucleares, el terror se redobla, pues desde mediados del siglo XX, el hombre parece haber desvelado parte del secreto de sus orígenes, gracias a la alucinante capacidad del átomo -con una cantidad infinitesimal de materia- para desencadenar una energía fenomenal capaz de matar, destruir y trastornar vastas zonas geográficas y humanas…

Las nueve potencias nucleares están implicadas en una modernización constante de estas armas nucleares que, en cierto modo, es en parte inevitable. En efecto, para mantener la capacidad de disuasión, todas deben estar seguras de que si una utilizara el arma, la otra respondería infligiéndole daños insoportables. Esto es lo que, trágicamente, estabiliza el sistema. Los avances científicos, tecnológicos e industriales imponen una modernización continua de estas armas para mantener la «paridad de amenaza». Y esto es lo que conduce a la cifra de aumento de gastos que señala el informe Ican.


Mons. Antoine de Romanet de Beaune   (Antoine de Romanet de Beaune)

¿Qué revela la tendencia a un armamento cada vez mayor?

Desde hace algunos años, asistimos al drama del pecado original desplegado sin freno. Vemos una especie de uso desinhibido del poder y de la violencia, un desprecio de las instituciones internacionales, de las reglas del derecho, de los tratados… una voluntad de imponerse con una lógica de fuerza pura, que es absolutamente preocupante. Hemos pasado de una lógica de alternancia entre la paz y la guerra -en la que el final de una guerra solía estar marcado por la firma de un tratado, como el de Versalles tras la Primera Guerra Mundial- a una lógica de un ciclo continuo de «competición – confrontación – enfrentamiento» de todos contra todos. Ya sean vecinos, aliados, interlocutores o adversarios, y en cualquier ámbito: económico, financiero, industrial, tecnológico, jurídico, normativo, cultural… y militar.

Todos estos aspectos son hoy el terreno de las relaciones de poder. El ejército y las armas no son más que un elemento de estas relaciones. Asistimos también a un fenómeno espiritual y moral: se intenta desestabilizar al adversario golpeando su conciencia o sus convicciones más profundas. Las redes sociales muestran constantemente esta voluntad de desestabilizar y herir al otro con el desprecio, la denigración o la vergüenza hacia lo que representa, incluida, o sobre todo, su dimensión religiosa, real o supuesta. Lo terrible y trágico hoy en día es la forma en que cualquier realidad, concepto u objeto puede convertirse en un arma: es lo que se denomina «arsenalización».

Todo puede convertirse en medio o soporte de relaciones de poder. Todo el mundo quiere medir su poder, imponer su fuerza con una dimensión de fantasía imperial -y a menudo imperialista- fantasiosa, lo que conduce al drama de las numerosas guerras y las innumerables muertes que marcan nuestro mundo cada año, y que no pueden dejar de conmocionar nuestros corazones y nuestras mentes. La forma en que se deja morir de hambre o se maltrata a poblaciones enteras no puede sino herirnos. Cuando la gente muere en la guerra, o a causa de la guerra, sea cual sea el arma o el medio de matar -por acción u omisión-, siempre es una tragedia. Por desgracia, el aumento del presupuesto para armas nucleares es sólo un aspecto de una realidad mucho mayor, la del aumento general del gasto militar. Éste se deriva de la forma en que algunos Estados, deseosos de imponerse a sus vecinos por la fuerza, obligan a otros a entrar en una dinámica armamentística impresionante, con presupuestos que crecen rápidamente. Basta con ver lo que ocurre en Europa, donde los países de la OTAN, empujados por Estados Unidos, pasan todos del 1% o 2% al 5% de su PIB dedicado a la defensa: aquí ya no hablamos de un aumento del 10% como para las armas nucleares, sino de mucho más.

El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) entró en vigor en 2021 y la Santa Sede fue uno de sus principales signatarios. ¿Por qué, en su opinión, es un texto importante?

Es importante porque es una llamada de atención profética. Los Estados firmantes del Tratado de No Proliferación están llamados a tomarse en serio todas las dimensiones de este texto, empezando por el compromiso mutuo de emprender un proceso de desarme. Se trata, por tanto, de un importante grito dirigido a todas las autoridades políticas, que subraya la absoluta urgencia de hablar, dialogar, comunicar y tratar de minimizar la realidad física de estas armas. Esto sólo puede ocurrir progresivamente. El Papa Francisco lo dijo claramente: «El tiempo es superior al espacio». Las cosas hay que hacerlas poco a poco. Por lo tanto, en cierto sentido, debemos reactivar el Tratado de No Proliferación -firmado, les recuerdo, por la mayoría de los Estados del mundo- y subrayar lo extraordinariamente peligrosa que es el arma en sí, aunque hoy estemos en una lógica de disuasión. Pero es evidente que, a la luz de los acontecimientos actuales -pienso en particular en las recientes incursiones aéreas israelíes contra instalaciones nucleares iraníes, operaciones llevadas a cabo para impedir que Irán acceda al arma nuclear-, estamos tocando aquí algo muy específico.

En cierto sentido, hay una dimensión metafísica trágica en esta arma, ya que con ella no sólo se puede acabar con un mundo, sino simplemente con el mundo. El arma nuclear tiene la peculiaridad de ser, en principio, un arma de «no uso». Toda su lógica paradójica reside en el hecho de que contiene violencia, en los dos sentidos del término: contiene, es decir, encierra una violencia terrible, pero al mismo tiempo contiene, es decir, impide el uso de esta violencia. Si el poseedor de esta arma decidiera utilizarla, sufriría algo aún peor. Nos encontramos aquí en una especie de equilibrio del terror: la palabra «equilibrio» puede tranquilizar; la palabra «terror» inquieta, y con razón. Y ésa es precisamente la paradoja.

 



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