La presencia de los carmelitas descalzos en la República Centroafricana se remonta a 1971. Su misión en Bozoum —en uno de los países con mayor índice de pobreza— busca ofrecer nuevas oportunidades a los jóvenes: “Educamos a los chicos para que se vuelvan autónomos y productivos, de modo que puedan sostenerse por sí mismos”, cuenta el párroco, el padre Marco Poggi.
Mario Antonio Filippo Pio Pagaria – Ciudad del Vaticano
Los carmelitas descalzos —provenientes de Italia, concretamente del convento de Arenzano, en la provincia de Liguria— llegaron a la República Centroafricana en 1971. Antes de partir, escribieron a varios obispos africanos preguntando dónde se necesitaba con más urgencia su labor misionera, y resultó que la República Centroafricana era uno de los países más necesitados, debido a sus altos niveles de pobreza.
Los padres del Carmelo llegaron en 1971 y su primera misión fue en la parroquia de Bozoum (capital de la prefectura de Ouham-Pendé), donde actualmente es párroco el padre Marco Poggi, del Carmelo Teresiano de la provincia de Liguria. Los frailes seguidores de Teresa de Ávila tomaron el relevo para continuar la obra de evangelización iniciada por los espiritanos y los capuchinos, sabiendo que, además de llevar la “buena noticia”, debían ayudar a la población local a afrontar enfermedades y el hambre.
Las actividades en la parroquia de Bozoum
“En la parroquia de Bozoum —explica el padre Marco— se concentra toda la actividad pastoral de la ciudad. Bozoum tiene unos 30.000 habitantes, de los cuales aproximadamente la mitad son católicos y la otra mitad protestantes, además de una pequeña minoría musulmana. La actividad parroquial también atiende a más de cuarenta aldeas cercanas, a las que se llega por cinco caminos difíciles de transitar”.
Es una labor concreta de evangelización, importante pero “lenta”, porque la fe es frágil y está mezclada con supersticiones, creencias y prácticas de brujería. “Se necesita mucha paciencia”, continúa Poggi, “y en todo caso hay mucha actividad, también social, además de la pastoral. Tenemos un jardín de infancia con doscientos niños, una escuela primaria con más de ochocientos alumnos, un liceo con más de trescientos estudiantes y un orfanato. Estas obras siguen adelante gracias a benefactores italianos, en particular una parroquia que apoya a unos trescientos huérfanos”.
Los niños y adolescentes menores de 14 años, precisa el carmelita, “tienen por lo general tíos, abuelos o primos, así que muchas veces van como huéspedes a sus casas y vienen al orfanato solo para dormir y recibir comida. Luego, con animadores, hacen tareas y actividades prácticas. Nosotros cubrimos los costos de su educación”.
La labor educativa es enorme, ya que hay muchos jóvenes también en las aldeas, y los religiosos gestionan una veintena de escuelas primarias: “En estas aldeas remotas no existe la escuela pública, así que nosotros, siempre con la ayuda de benefactores, pagamos directamente a los maestros para estas escuelas católicas locales. También tenemos un dispensario, donde trabaja una hermana congoleña como enfermera, y allí atendemos a muchos enfermos, sobre todo pobres, entre ellos leprosos que provienen de contextos de pobreza extrema”, dice el padre Marco.
En los últimos años se realizaron perforaciones para acceder a pozos de agua potable, tanto en el centro urbano como en las aldeas, lo que permitió el surgimiento de múltiples actividades.
La misión en Baoro
La segunda misión después de Bozoum fue en Baoro, en la prefectura de Nana-Mambéré. También allí hay una parroquia, un jardín de infancia católico y una comunidad de hermanas carmelitas. Además, se ha creado una escuela de mecánica con formación de dos años. Los jóvenes que egresan se convierten en mecánicos especializados y aprenden a reparar grupos electrógenos. También obtienen el carné de conducir, que les será útil para ingresar al mundo laboral. Tras la parroquia de Baoro se abrió un seminario en Bouar, en la localidad de Yolé.
También en la capital, Bangui, existen realidades misioneras. “En los seminarios —continúa Poggi— no solo se estudia; se educa a los jóvenes para que sean autónomos y productivos, capaces de garantizarse el sustento básico. Por ejemplo, hay un seminario menor donde crían muchas vacas, cerdos y ovejas para obtener carne y leche, es decir, alimentos proteicos fundamentales para combatir el hambre.
Su ausencia, debido a la falta de proteínas y carbohidratos, provocaría una baja de las defensas inmunológicas, haciéndolos vulnerables a muchas enfermedades. Así se alcanza el doble objetivo de sacar a la población local de la pobreza y, mediante una alimentación saludable, mantener a raya las enfermedades causadas por deficiencias alimentarias”, explica el carmelita descalzo.
Allí viven unos setenta seminaristas, por lo que “la primera tarea es educar a estos jóvenes, algunos de los cuales, quién sabe, llegarán a ser sacerdotes o simplemente buenos cristianos. Es una obra inmensa; de este seminario ya han salido los primeros nueve sacerdotes carmelitas centroafricanos, y es algo notable porque hay colaboración y sinergia con los capuchinos y el clero diocesano. Hay tres seminarios cercanos con gran asistencia”.
Desde África —considerando la escasez de vocaciones en Europa— podría venir el futuro de la Iglesia. Concluye el padre Marco Poggi: “En 2007 abrimos un convento en la capital de la República Centroafricana, Bangui, que sirve como casa de formación para los jóvenes carmelitas centroafricanos que estudian filosofía. Aquí también hay una escuela de agricultura, donde los jóvenes aprenden nociones básicas de cultivo y ganadería”.