Condonar la deuda: no caridad, sino un acto de justicia reparadora


El Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha publicado una nota temática en la que subraya la urgencia de adoptar mecanismos que tomen en cuenta las consecuencias ambientales —generadas en gran parte por los países del G20— y cómo estas se relacionan directamente con la deuda financiera.

Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano

Buscar mecanismos adecuados para condonar las deudas financieras que oprimen a muchos pueblos, teniendo en cuenta también la deuda ecológica que el mundo tiene con ellos. Este es el eje central de la nota temática “Jubileo 2025: condonación de la deuda ecológica”, publicado el 24 de junio por el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral.

En el texto se argumenta que la deuda financiera y la deuda ecológica son dos manifestaciones del mismo problema global, y que, inspirados por el Jubileo, se invita a las Iglesias locales a promover, en sus contextos sociales, una conversión ecológica integral, tanto personal como comunitaria. El trabajo fue elaborado con el aporte de CAFOD (la agencia católica británica para el desarrollo), la Red Jesuita de Justicia y Ecología de África (JENA), y la consultora Deloitte.

Hacia mecanismos de reestructuración de la deuda

Tomando como base el n. 51 de la encíclica Laudato si’ y el llamamiento del Papa Francisco para perdonar la deuda de los países más pobres, el reporte señala los desequilibrios originados por una larga historia de desigualdades, explotación y dependencias estructurales. Por eso, muchos sostienen que los países en desarrollo tienen un crédito ecológico legítimo frente a los países más industrializados, que debería al menos compensar parcialmente la deuda financiera que soportan.

“Un paso concreto —afirma el texto, disponible en cinco idiomas— podría ser la puesta en marcha de mecanismos de reestructuración de la deuda que reconozcan la existencia de estas dos formas de deuda interconectadas: una económica y otra ambiental. Mecanismos que, además, deberían incorporarse en la necesaria reforma de los sistemas financieros multilaterales, para hacerlos más coherentes con la erradicación de la pobreza y el cuidado de la creación”.

Raíces coloniales de la crisis de la deuda ecológica

El material explica que la crisis de la deuda tiene raíces profundas en la herencia del colonialismo. Muchos Estados, tras alcanzar la independencia en el siglo XX, se vieron obligados a asumir deudas heredadas y a solicitar nuevos préstamos para garantizar servicios básicos e infraestructura. Esto generó una dependencia crónica de las principales instituciones financieras internacionales, alimentando la llamada trampa de la deuda: un círculo vicioso donde el pago de intereses absorbe recursos públicos esenciales, como salud o educación, bloqueando cualquier posibilidad real de desarrollo autónomo.

Las crisis sanitaria, climática, inflacionaria y los conflictos bélicos han agravado esta situación. Entre 2004 y 2023, la deuda pública de los países en desarrollo se ha cuadruplicado, señala el informe.

El 80 % de las emisiones proviene del G20

Aunque es difícil cuantificar con precisión la deuda ecológica acumulada, está claro que los principales responsables son China, Estados Unidos y la Unión Europea. En contraste, los países menos desarrollados solo generan el 4 % de las emisiones globales. La desproporción es evidente.

A pesar de su baja responsabilidad en la crisis climática, las poblaciones del Sur global son las que sufren las consecuencias más graves: escasez de agua, pérdida de biodiversidad, contaminación y desplazamientos forzados provocados por fenómenos extremos y el deterioro progresivo de los ecosistemas. “Estas comunidades ya enfrentan profundas vulnerabilidades estructurales y carecen de los recursos económicos e infraestructurales necesarios para adaptarse o responder”, denuncia el documento. “Están pagando el precio más alto de una crisis que no provocaron”.

La nota advierte también que la transición digital podría reproducir las mismas lógicas extractivas y desigualdades históricas que han marcado las relaciones entre el Norte y el Sur global. El auge de la demanda mundial de materias primas críticas impone nuevas presiones extractivas en regiones del Sur global, muchas veces sin protección ambiental ni social adecuada. Ecosistemas enteros se ven comprometidos para abastecer cadenas productivas que benefician principalmente a los países ricos.

Desde esta perspectiva, la condonación de la deuda financiera no debería considerarse un acto de caridad o generosidad, sino una forma de justicia reparadora. Y se aclara: “No se trata de una medida punitiva, sino de una vía hacia una nueva alianza entre los pueblos, basada en la justicia social y el cuidado de la creación”.

Una nueva alianza por el bien común

El Dicasterio sostiene que esta cuestión va más allá de la caridad, y toca el núcleo de las injusticias estructurales y los modelos de desarrollo insostenibles. Por ello, aboga por una “nueva alianza” que promueva y comparta el bien común, la responsabilidad colectiva, la justicia social, la solidaridad, la subsidiariedad, la equidad dentro de las generaciones y entre ellas, la participación, la prudencia, y el acceso universal a bienes esenciales, incluida la educación en ecología integral.

Todo esto exige un cambio de rumbo profundo, también en la acción pastoral de la Iglesia, que está llamada a practicar auténticamente la catolicidad y la sinodalidad. El llamado final del texto es claro: cambiar de paradigma, sin distracciones, y abrazar plenamente el camino de la ecología integral, la fraternidad y la amistad social.



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