El Consejo Mundial de Iglesias: Recordando las lecciones de la historia

by Admin Master
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En una declaración al final de una reunión en Sudáfrica, el CMI condena los crímenes horrendos perpetrados a lo largo de los siglos contra individuos y comunidades, y la falta de reconocimiento de que en el pasado han “permitido y alentado su repetición” en el presente.

Giovanni Zavatta – Ciudad del Vaticano

Genocidio, esclavitud, colonización brutal, apartheid, expropiación sistemática de territorios, borrado criminal de la historia, ya sea de un suceso horrible o de toda una población: crímenes atroces contra individuos y comunidades que han marcado la historia de la humanidad desde tiempos antiguos, crímenes que deben ser condenados, hoy más que nunca, en un mundo que parece haber perdido de nuevo el rumbo de la paz. «No se oirá más violencia en tu tierra, ni devastación ni destrucción dentro de tus fronteras» (Isaías 60, 18). Este versículo bíblico que abre la Declaración sobre la Protección contra los Crímenes Atroces, publicada el martes 24 de junio por el Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias al término de su reunión en Johannesburgo, Sudáfrica, choca deliberadamente con el resto del texto, duro e inequívoco. África y su explotación secular están en el punto de mira, pero no solo. La atención se extiende desde América hasta Asia, hasta el Medio Oriente, y los crímenes de ayer se fusionan con los de hoy; las víctimas de la trata transatlántica de esclavos y los pueblos indígenas de las naciones coloniales son uno solo, con los migrantes en los Estados Unidos rodeados por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, con los niños en Gaza, con los cristianos y miembros de otras comunidades religiosas atacados por su fe.

El llamado a la justicia y la reconciliación

Crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad. Personas, poblaciones enteras, exigen reparación por el legado perdurable de sufrimiento, por las tierras robadas, por las identidades heridas que sus descendientes han padecido hasta el día de hoy. Un legado que «continúa moldeando desigualdades a lo largo de generaciones, exigiendo actos tangibles de justicia y reconciliación». La declaración del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) es un puñetazo en el estómago. Nos despierta, por si estábamos dormidos, sumidos en un estado de letargo o, peor aún, de inconsciencia e insensibilidad, y nos muestra que los trágicos errores del pasado parecen haber sido olvidados, parecen no habernos enseñado nada.

A principios del siglo XX en África —la dramática lista comienza allí—, presenciamos el sufrimiento de pueblos sometidos a una brutal administración colonial, a campañas de exterminio étnico y castigo colectivo llevadas a cabo, hasta el punto de la aniquilación, contra algunas tribus indígenas, a las atrocidades sistémicas de la esclavitud, con la complicidad histórica de las Iglesias en muchos de estos crímenes, por los cuales el arrepentimiento y la reparación son una responsabilidad constante.

Las consecuencias de guerras, conflictos y persecuciones (el atroz sufrimiento padecido en 1915 por armenios, cristianos sirio-arameos-asirios y griegos del Ponto se recuerda como un ejemplo emblemático) son evidentes y, pide el CMI, deben ser reconocidas explícitamente como el trauma duradero de tales crímenes, incluso si quedan fuera del estrecho ámbito de las definiciones jurídicas convencionales. Estas incluyen el desplazamiento forzado a territorios vecinos y espacios de diáspora que “a menudo resultan en apatridia, falta de tierras y vida en asentamientos ilegales precarios e indignos”; despojo deliberado y empobrecimiento estructural, “diseñados a través de políticas económicas racializadas”; fragmentación cultural e identitaria, “intensificada por presiones para asimilarse a identidades etnonacionales dominantes”, tanto en los países de acogida como en el país de origen; “vergüenza transgeneracional” y trauma no resuelto, “a menudo borrados de la memoria pública y excluidos de las narrativas históricas nacionales”; y marginación que deja a comunidades enteras políticamente sin voz y socialmente invisibles, en un “exilio” económico y político donde “siguen existiendo en la periferia del Estado y del imaginario moral”.

Reconociendo los crímenes

La falta de reconocimiento, memoria y rendición de cuentas por estos crímenes cometidos en el pasado “ha permitido y alentado su repetición”, escribe el Consejo Mundial de Iglesias, citando una frase escalofriante pronunciada por Adolf Hitler en 1939 para justificar sus males inminentes. El CMI se muestra crítico: “Con demasiada poca frecuencia e ineficacia” se ha invocado la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948-1951), “dado el número de casos cometidos o plausiblemente cometidos entretanto” en varios continentes. Asimismo, invoca el Estatuto de Roma (1998-2002), que establece la Corte Penal Internacional para el procesamiento y enjuiciamiento de los crímenes más graves, a saber, el genocidio, los crímenes de lesa humanidad, los crímenes de guerra y los crímenes de agresión, y que establece la responsabilidad penal individual.

Recordando las lecciones de la historia

La declaración del CMI va acompañada de otra, también difundida en Johannesburgo, en la que invita a todos los Estados a “recordar las lecciones de la historia, a revertir el rumbo, alejándose de la guerra y encaminándose hacia la paz, a detener la renovada carrera armamentista, a alejarse del precipicio de la confrontación nuclear y a descubrir los verdaderos fundamentos de una paz sostenible, no en la fuerza de las armas, sino en la búsqueda de la justicia y la igualdad de derechos para todos y en el reconocimiento de nuestra humanidad común”.



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