La vocación de Jorge Antonio Escobedo Rosales, un joven seminarista de 27 años originario de la Diócesis de Linares (México), se forjó al calor de la fe de los sencillos.
Cuando era adolescente solía acompañar al sacerdote de su parroquia en sus visitas a las comunidades rurales en el norte del país. “Son zonas retiradas, de muy difícil acceso. Hay que ir en camioneta por caminos de terracería, sin asfaltar. Para ir de una comunidad a otra haces entre media hora y una hora y media. Es desértico, por así decirlo”, explica en conversación con ACI Prensa.
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Allí, en medio de los campesinos que rezan con el corazón abierto al cielo y las manos agrietadas tras labrar la tierra, “hay más hambre de Dios”, asegura.
“Son comunidades agrícolas pobres, que viven con lo básico, pero inmensamente felices porque confían plenamente en Dios. Y eso era de admirar mucho”, detalla tras asegurar que estas experiencias fortalecieron su decisión de ser sacerdote.
A pesar de que en esas zonas de México hay un gran vacío pastoral por su aislamiento, sus habitantes parecen llevar tatuado el Evangelio en la piel: “Veías una fe de mucha devoción, pero también una gran falta de acompañamiento. Los sacerdotes no van muy seguidos”.
Por eso, su sueño es ser misionero y compartir con estas comunidades casi olvidadas la palabra de Dios. “No quiero estar encerrado en un despacho. Soy muy callejero y creo que eso no se me va a quitar nunca”, agrega.
Primeras semillas de la fe
Escobedo nació el 18 de marzo de 1998 en San Nicolás de los Garza, Nuevo León, pero creció en el municipio de Doctor Arroyo, una extensa zona semiárida del noreste mexicano. Desde pequeño, fue criado por sus abuelos maternos, quienes, según relata, le transmitieron las primeras semillas de la fe.
Con apenas 14 años decidió entrar al Seminario Menor de Linares. “Fue algo gradual, la verdad. Entré al seminario con dudas, para ver si realmente era mi vocación. Allí conocí a la figura de San Juan Bosco. Y es ahí donde supe que este era camino”.
Aunque no pertenece a la congregación salesiana, Escobedo estudió en un colegio regido por los hijos de Don Bosco, y reconoce la huella que dejó en él: “Me llamó mucho la atención que dedicó su vida a la misión. Entonces yo decidí ser como él, imitar su ejemplo”.
No obstante, acabó incardinandose en su diócesis natal: “Voy a ser sacerdote diocesano”, detalla con alegría.
13 años de formación sacerdotal
Lo que nunca hubiera podido imaginar es que llegaría a la meta gracias al Papa León XIV. Este viernes será ordenado sacerdote en una ceremonia que celebrará el Pontífice en la Basílica de San Pedro del Vaticano en el marco del Jubileo del Clero.
“Cuando entré al seminario, también empezó el pontificado del Papa Francisco. Estaba súper emocionado de que me ordenara él. Pero en todo caso es una bendición que vaya a ser León XIV”, explica.
En cuanto su obispo le dio la noticia, se le saltaron las lágrimas: “Acepté con mucha alegría este regalo después de 13 años de formación sacerdotal”.
Hasta Roma lo han acompañado su madre, un tío y varios sacerdotes de su diócesis. Pero en su corazón, lleva a toda su comunidad. También a aquellos laicos que, como él mismo reconoce, sostienen con generosidad las vocaciones: “Hay mucho apoyo por parte de los laicos a los estudios eclesiásticos. Ellos son los que proporcionan los estudios de alguna u otra forma”, precisa.
Su primer bautizo, una niña de nombre Victoria
Uno de los momentos más significativos de vocación sacerdotal fue su primer bautizo. “Sentí mucha alegría, el poder de alguna forma participar de este sacramento, el incorporarla a ser hija de Dios, fue algo muy maravilloso, muy impresionante”, señala al describir la fotografía en la que aparece con la niña de nombre Victoria en brazos, celebrando el sacramento.
México atraviesa una de sus etapas más dolorosas por la violencia ligada al narcotráfico y al crimen organizado. Muchos sacerdotes viven su ministerio en zonas de alto riesgo.
Escobedo Rosales lo sabe, pero no tiene miedo. “Lo que sí es saber actuar con mucha precaución, con mucha cautela. Y sobre todo estar al pendiente de aquellos que más necesitan ayuda. Es estar como un padre, cuidando que sus hijos no pasen por estas situaciones”.
Para él, el origen de la violencia está en una carencia profunda: “La raíz es la falta de amor. No hay quien les enseñe a los jóvenes a amar a Cristo. Y eso es lo que provoca el crimen organizado y demás. Entonces poder actuar desde la raíz, invitando a los jóvenes a acercarse a Dios, pues es un reto y es una misión que tendré que afrontar con mucha valentía”, concluye.