Unos cinco mil fieles participaron este sábado 28 de junio de 2025 en Roma en el Jubileo de la Iglesia greco-católica ucraniana. Tras el peregrinaje hacia la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y el encuentro con el Papa, se celebró una Divina Liturgia según el rito bizantino-ucraniano. El arzobispo mayor de Kyiv-Halyč, Shevchuk: “Creamos unidad para dar testimonio de esperanza en nuestra tierra”.
Lorena Leonardi – Ciudad del Vaticano
Con una sola voz, dolida pero llena de esperanza, la oración del Rosario se elevó esta mañana, sábado 28 de junio, en la Piazza Pia para inaugurar el Jubileo de la Iglesia greco-católica ucraniana ante la tumba del apóstol Pedro. Una marea de unos cinco mil fieles —identificables por las numerosas banderas nacionales y los pañuelos azul y amarillo sobre los hombros— comenzó su peregrinación por la Via della Conciliazione.
Al final del recorrido, tras cruzar la Puerta Santa, se produjo el esperado encuentro en San Pedro con el Papa León XIV, quien saludó y bendijo a algunas madres de soldados caídos en combate. Luego, tuvo lugar la Divina Liturgia en rito bizantino-ucraniano, presidida por el arzobispo mayor de Kyiv-Halyč, Sviatoslav Shevchuk. Concelebraron el arzobispo secretario del Dicasterio para las Iglesias Orientales, Michel Jalakh, y obispos de la Iglesia greco-católica ucraniana llegados de todo el mundo. Mañana, en el Colegio Pontificio Ucraniano de San Josafat, comenzará el Sínodo de estos prelados, centrado en la pastoral familiar en tiempos de guerra.
La homilía del arzobispo mayor Shevchuk
“El hecho de que hoy el Santo Padre haya venido a nosotros, no solo para abrazarnos y bendecirnos, sino también para hablarnos, se ha convertido en fuerza viva de esperanza cristiana”, dijo el arzobispo Shevchuk durante su homilía. Y continuó: “Hoy hemos venido como peregrinos de la esperanza. Y ahora estamos sintiendo esa fuerza, la invisible fuerza del amor de Dios hacia la humanidad, el amor de la Madre Iglesia hacia sus hijos, que vivimos en carne propia”. En un tiempo en que “la guerra nos dispersa”, en el que los niños ucranianos “se ven obligados a abandonar sus hogares” y la Iglesia “acoge a los que están dispersos”, no solo “estamos creando unidad”, sino que —afirmó—, el regreso a casa será como “testigos de esa esperanza, testigos de todo lo que hemos visto, oído y tocado”.
Orgullo y dolor entre los peregrinos
“¡Gloria a Ucrania!”, gritan al saludarse los peregrinos bajo el ardiente sol romano. Hermanos en el sufrimiento, saben que sus lágrimas tienen el mismo sabor: a veces más amargo por la distancia de sus seres queridos que arriesgan la vida. Apenas se ven hombres. La mayoría son mujeres con vestidos bordados tradicionalmente, muchas llevan sombreros de paja blanca para protegerse del calor, acompañadas de algunos jóvenes y niños de la mano.
Donde está la patria
Svitlana llegó hace 25 años a San Severo, en la provincia de Foggia, desde Ivano-Frankivs’k. Agita una pequeña bandera ucraniana mientras los ojos se le llenan de lágrimas al pensar en su esposo Aleksander, que lleva tres años en el frente. Sus hijos y nietos viven en Apulia. Él, actualmente en Zaporizhzhia, es el único de la familia que permanece “en casa”. Y aunque Italia “es hermosa, da trabajo”, el sueño de todos es volver algún día: “Nuestras madres están allí, nuestra patria está allí”, repite Svitlana, moviendo la cabeza.
Un pueblo que sufre
También el padre Roman Pelo lleva más de veinte años en Italia, “la mitad de mi vida”, dice con una sonrisa. Desde Udine acompañó a Roma a unos cuarenta fieles: los pasos son pesados, cada rostro guarda el dolor de un hijo que no volvió, de un esposo mutilado, de un nieto huérfano. En su labor pastoral, lo más difícil, explica, es “lograr un contacto con quienes han vivido estas tragedias y buscan justicia”. Su deseo es que “la esperanza no se quede en palabras, sino que se convierta en acción” por parte de quienes realmente pueden “trabajar por la paz, porque mientras hablamos, hay un pueblo que sufre”.
Por una nueva sociedad pacífica
Desde Cleveland, Ohio (EE. UU.), llegó Bohdan John Danylo, obispo de la Eparquía de San Josafat de Parma: “A través de la oración y nuestra presencia, damos testimonio al mundo de que estamos vivos y firmes, defendemos a Ucrania y la esperanza de un mañana mejor”. A las puertas del Sínodo, subraya la urgencia de cuidar a las familias tan golpeadas por la guerra, con la fe en un futuro posbélico habitado por personas decididas a construir una “sociedad de paz”.
Eco de estas palabras hace el padre Vasil Marciuk, al frente de un centenar de greco-católicos ucranianos que llegaron desde Bérgamo “para compartir con todos los ucranianos el don del perdón y de la oración en común. Ver esta multitud, tantas banderas, nos conmueve, y esperamos que el Señor bendiga a nuestra patria y a nuestro pueblo”.
En busca de justicia
Junto a los aproximadamente cien fieles de la región de Donetsk, acompañados por el padre Aleksander Bohomaz, está María Elena Virvan, alejada de Ucrania desde hace muchos años y en busca hoy de “un camino de esperanza hacia una paz justa”. Con la certeza de que “Dios es justo”, también Elena —que vive en Pescara pero nació en Leópolis, donde aún viven su hijo, su nuera y sus tres pequeños nietos— mantiene contacto diario con ellos por teléfono y videollamadas. Ninguno quiere irse: “¿Quién querría abandonar su casa? ¿Quién desea huir de su tierra? De los países uno debería partir como turista, no como refugiado”.
La verdadera paz viene de Cristo
En este Año Santo, el padre Roman Mykievych celebra 25 años de sacerdocio. Es párroco en Tysmenytsia, una ciudad del oeste ucraniano, y este viaje a Roma es para él una ocasión de gratitud. En los momentos difíciles, las intenciones de oración se multiplican: “La principal, la paz”, dice, pero también hay oraciones “por quienes ayudan a los demás”, sin olvidar “a los difuntos, los soldados que dieron su vida”. Y cuando todo alrededor se derrumba, la solución no es empuñar las armas, sino aferrarse a la fe, de la cual —concluye el padre Roman— brota la esperanza en Cristo, “verdadera paz”.