La Iglesia celebra con gozo la Natividad de la Virgen María, un acontecimiento que no es solo un recuerdo del pasado, sino un motivo de esperanza para el presente. En el humilde hogar de Joaquín y Ana, en Jerusalén, vio la luz aquella niña destinada a ser la Madre del Salvador. Su llegada al mundo es el anuncio de que la historia de la humanidad cambiaría para siempre.
Una de las fiestas más antiguas
Desde el siglo IV, los cristianos han celebrado esta fiesta, ligada en sus orígenes a una basílica mariana de Jerusalén, edificada en el lugar donde, según la tradición, nació María. Más tarde, en el siglo VIII, llegó a Roma con el Papa Sergio I, y hoy toda la Iglesia la festeja con júbilo cada 8 de septiembre.
María, comienzo de la salvación
En el calendario litúrgico, es la tercera “natividad” que se celebra: la de Jesús, el 25 de diciembre; la de San Juan Bautista, el 24 de junio; y la de María, la “aurora” que precede al Sol de justicia, Cristo. Ella es la puerta por la que entró la salvación al mundo, y su nacimiento es el signo de que Dios nunca abandona a su pueblo.
El milagro de esperanza
Uno de los hechos más recordados ocurrió el 9 de septiembre de 1884, cuando Giulia Macario, una joven postulante gravemente enferma, recuperó la salud tras encomendarse a la Virgen niña. Desde entonces, muchas personas han experimentado gracias espirituales y físicas por su intercesión, haciendo crecer el amor hacia esta advocación.
Un mensaje para hoy
El nacimiento de María es un canto de esperanza. Ella, la llena de gracia, es el primer destello del plan de Dios para salvarnos. Su vida nos recuerda que, incluso en medio de las pruebas, Dios prepara algo nuevo y maravilloso. Cada 8 de septiembre, la Iglesia proclama con alegría: “Con María comienza la aurora de nuestra salvación”.