Santa Teresa del Niño Jesús: la fuerza de la pequeñez que conquistó al mundo

by Jose Medrano
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Cada 1 de octubre la Iglesia celebra a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, también conocida como Teresa de Lisieux, patrona de las misiones y Doctora de la Iglesia. Nació el 2 de enero de 1873 en Alençon, Francia, en el hogar de Louis Martin y Zélie Guérin, una pareja de comerciantes orfebres de profunda fe. Teresa fue la menor de ocho hijos, aunque solo cinco sobrevivieron.

Cuando tenía apenas cuatro años, su vida se vio marcada por un gran dolor: la muerte de su madre. A partir de entonces, encontró un apoyo especial en su padre, quien la llamaba con ternura “mi pequeña Reina de Francia y de Navarra”.

Vocación temprana

El ingreso de sus hermanas mayores al Carmelo alimentó en ella el deseo de entregarse también a Dios. Con apenas 15 años, viajó a Roma para pedir directamente al papa León XIII la autorización de entrar al convento de Lisieux. Allí tomó el hábito con el nombre de sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, y abrazó una misión clara: “salvar almas y orar por los sacerdotes”.

Por consejo de su superiora, comenzó a escribir sus recuerdos y experiencias espirituales en un cuaderno que, tras su muerte, sería publicado como Historia de un alma, uno de los textos espirituales más difundidos del siglo XX.

El “pequeño camino”

En una Francia marcada por el positivismo y el anticlericalismo, Teresa elaboró una espiritualidad original llamada el “pequeño camino” o infancia espiritual. Este se basaba en la confianza plena en el amor de Dios y en la santificación a través de los gestos sencillos y cotidianos.

Ella misma resumía su camino con estas palabras: “Solo hay una cosa que hacer en la tierra: lanzar a Jesús las flores de los pequeños sacrificios”. Bajo esa sencillez se escondía un itinerario exigente de amor, vivido en medio de incomprensiones, sufrimientos e incluso la “noche oscura” de la fe.

Dolor ofrecido y muerte

Durante su vida en el convento, Teresa experimentó incomprensiones y pruebas espirituales, pero aceptó cada dificultad como ocasión de ofrecer amor a Dios y de interceder por la Iglesia. Enfermó de tuberculosis y, tras una larga agonía, murió en el Carmelo de Lisieux el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años. Sus últimas palabras, llenas de confianza, reflejaron su fe inquebrantable.

Antes de morir, dejó una promesa que se hizo célebre: “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra”.

Canonización y título de Doctora de la Iglesia

La fama de su santidad se extendió rápidamente. Fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925 por el papa Pío XI, quien la llamó “la estrella de su pontificado”. En 1927 fue proclamada patrona de las misiones, y en 1997 san Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia, uno de los más altos reconocimientos eclesiales.

Actualidad de su mensaje

Hoy, Santa Teresa de Lisieux, la “pequeña flor”, es venerada en todo el mundo. Su espiritualidad sencilla y profunda recuerda que la santidad no depende de grandes obras, sino de la fidelidad a Dios en lo pequeño. Benedicto XVI y san Juan Pablo II la presentaron como testigo luminoso de confianza en Dios incluso en la oscuridad, y como hermana cercana de los pecadores, los alejados y los desesperados.

Su “pequeño camino” sigue iluminando a los creyentes de cada época, mostrando que en la fragilidad humana, el amor de Dios puede obrar maravillas.

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