El pasado sábado 1 de noviembre, día de la Solemnidad de Todos los Santos, el Santuario Santo Cristo de los Milagros de Bayaguana se convirtió en un punto de encuentro para cientos de catequistas provenientes de distintas parroquias de la Arquidiócesis, quienes celebraron con entusiasmo su Jubileo Arquidiocesano en el marco del Año Jubilar.
El encuentro fue una verdadera fiesta de fe, amor y esperanza, caracterizada por momentos de oración, formación, fraternidad y comunión eclesial. Desde las primeras horas de la mañana, los catequistas participaron en dinámicas, cantos, testimonios y momentos de reflexión, preparando el corazón para vivir una jornada de renovación espiritual y compromiso evangelizador.
La celebración tuvo como centro la Santa Eucaristía, presidida por el Reverendo Monseñor Lorenzo Vargas, junto a varios sacerdotes concelebrantes. En su homilía, Monseñor Vargas destacó la alegría de celebrar el Jubileo precisamente en la solemnidad de Todos los Santos, invitando a los presentes a reconocer su propia vocación a la santidad.
“Hoy estamos de fiesta, de jubileo con todos los santos —expresó—, aquellos que la Iglesia ha declarado públicamente y que nos propone como ejemplo y fuerza para seguir caminando hacia la plenitud de la vida cristiana. Pero también celebramos a tantos santos anónimos, los que el Papa Francisco llama ‘los santos de la puerta de al lado’: hombres y mujeres sencillos, entre ellos muchos catequistas, que han testimoniado a Jesucristo con su vida y sus palabras”.
Durante su predicación, el Reverendo Monseñor subrayó la importancia del catequista en la historia evangelizadora de la Iglesia, especialmente en las comunidades rurales o apartadas, donde muchas veces fueron ellos quienes mantuvieron viva la fe del pueblo.
“¿Quiénes mantuvieron la fe en los campos, en las montañas, en los lugares lejanos cuando no podía ir un sacerdote? Fueron los catequistas. Ellos son testigos del Evangelio, verdaderos servidores del amor de Dios”, afirmó.
Monseñor Vargas reflexionó también sobre el significado de la santidad, explicando que es un don recibido en el bautismo, que debe crecer y manifestarse en la vida cotidiana a través del amor, la misericordia y las obras concretas de fe.
“Todo el que está bautizado es un santo, no porque sea perfecto, sino porque Dios le ha dado su santidad. Somos santos porque Dios habita en nosotros. Sin embargo, estamos llamados a crecer en esa santidad, a caminar hacia la perfección del amor, que es la verdadera santidad”, señaló.
El celebrante exhortó a los catequistas a ser servidores de la santidad de Dios mediante su testimonio y su fidelidad a la Palabra.
“El catequista es un hombre o una mujer de la Palabra. No basta hablar de Dios; hay que vivir lo que se anuncia. La Palabra santifica cuando se hace vida, cuando transforma el corazón y las acciones”, expresó.
Además, recordó que el camino de la santidad se vive en lo cotidiano, en la familia, en el servicio pastoral y en la fidelidad a las pequeñas tareas de cada día. “La santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias —dijo—, sino en vivir con amor y fidelidad cada momento, como lo hizo Jesús”.
El Jubileo concluyó con un ambiente de acción de gracias y alegría comunitaria. Los catequistas compartieron cantos, testimonios y oraciones, manifestando su gratitud a Dios por la vocación recibida y renovando su compromiso de seguir siendo testigos del Evangelio y educadores de la fe en sus comunidades.
Este encuentro jubilar fue también una oportunidad para fortalecer los lazos entre los catequistas de las diferentes parroquias y reafirmar su sentido de pertenencia a la Iglesia arquidiocesana. Con espíritu de comunión, regresaron a sus hogares fortalecidos en la fe, animados por el llamado a vivir la santidad y con el deseo de seguir sembrando la Palabra de Dios con alegría, humildad y esperanza.
