Catedral Primada de América, 19 de septiembre de 2020
- Robert Valentín Alcántara
- Franklyn Antonio Camacho
- Jhadielle Gamaliel Hernández
- Frank Alberto Rodríguez
- Edinson Luciano Moreno
- Jonathan Gilberto Morales
- Bendl Rivière
- Juan Carlos Rosario
Excelencias Reverendísimas
- Ramón Benito Ángeles
- Faustino Burgos Brisman
- José Amable Durán
- Muy queridos Sacerdotes, Diáconos, Religiosos, Religiosas.
Muy queridas familias de los Ordenandos.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es un día grande para la Iglesia y especialmente para nuestra Arquidiócesis: ocho Diáconos son Ordenados Presbíteros.
Es un día de acción de gracias a Dios por dar a su Iglesia nuevos Pastores. Día de agradecer a Dios el Don de la vocación.
Precisamente quisiera reflexionar con ustedes – Especialmente con ustedes queridos Diáconos – el significado del sacerdocio Don de Dios para la Iglesia.
Hay dos palabras o dos conceptos que explican lo que es el sacerdocio; dos palabras que a su vez se parecen: Misterio y Ministerio.
La vocación sacerdotal, el sacerdocio como participación del sacerdocio de Jesucristo, es Misterio y Ministerio.
- El Sacerdocio Don y Misterio.
El Santo Padre San Juan Pablo II, en ocasión de sus Bodas de Oro Sacerdotales escribió una autobiografía, una hermosa obra: “Don y Misterio”. Me auxiliaré de esa obra para esta primera parte de esta reflexión.
El libro “Don y Misterio”, es un testimonio personal en el que el Santo Padre quiere fijar la mirada profundamente y “escrutar el misterio que desde hace cincuenta años me acompaña y me envuelve”.
Ser sacerdote significa, según San Pablo, ser administrador de los misterios de Dios, “Servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige a los administradores es que sean fieles”. (1 Cor. 4, 1-2).
El administrador no es el dueño, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que lo gestione con justicia y responsabilidad. Por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe. El Sacerdote, por tanto, es el hombre del “Misterio de la Fe”.
La vocación sacerdotal es un misterio, un admirable intercambio entre Dios y el hombre. “Este ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación”. Si no se percibe el misterio de este intercambio no se logra entender cómo estos jóvenes, desde hoy, pueden representar a Cristo y ofrecer el sacrificio redentor.
El Santo Padre amplía el admirable intercambio, haciendo ver la relación entre el sacerdocio y la Eucaristía:
“El Sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es Él quien ofrece a Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio justifica a los ojos del Padre, a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida”.
En la Santa Misa, después de la consagración, el sacerdote dice “Misterio de la Fe”. Son palabras que se refieren obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía.
En fin, con la proclamación “Misterio de la Fe”, todos somos invitados a tomar conciencia de la particular profundidad de ese anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del sacerdocio.
Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese misterio.
“Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal Don. El Don es siempre más grande y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al Don. Es un don y también una tarea: Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio.
El Ministerio Sacerdotal.
Nos ordenamos sacerdote para un servicio. “Para servir al Pueblo de Dios”. Todos los discípulos de Cristo, estamos llamados a servir como Él, que no vino a ser servido sino a servir.
De manera especial el Sacerdote es un “Ministro Ordenado”. Por el Sacramento del Orden Sacerdotal participa del Sacerdocio de Cristo. Su vida entera queda comprometida para servir al Pueblo de Dios, servir a todos, especialmente a los más pobres.
El Presbítero es un discípulo misionero de Jesús, Buen Pastor. Ahí está la identidad y esencia de su Ministerio.
El Presbítero es enviado en misión: “Vayan y hagan discípulos”. “Anuncien el Evangelio a todos los pueblos”.
La misión del Presbítero está bien definida con la triple misión de: enseñar, santificar y regir o pastorear.
- Ser maestro de la fe, maestro de la Palabra de Dios, será un servicio ineludible del sacerdote. Ser maestro con la palabra y con el testimonio.
- Santificar: Tarea fundamental del ministerio sacerdotal. Sacerdote quiere decir: Dador de lo sagrado.
El Sacerdote santifica a través de los Sacramentos. Es un Ministro de los Sacramentos.
No puede olvidar que, para santificar, debe ser santo.
- El Sacerdote es Pastor. Se preocupa de las ovejas. Como Cristo, da la vida por las ovejas, y se ocupa del cuidado de las más débiles y necesitadas. Conoce las situaciones de las ovejas, “conozco a las mías y las mías me conocen”.
- Equilibrio entre el Misterio y el Ministerio.
La demanda de servicio es grande y corremos el riesgo de dedicar todo el tiempo al Ministerio. La misión es tan grande que ocupa todo el tiempo y toda la vida.
Cuando esto sucede, cuando por el Ministerio descuidamos y dejamos de ver el Misterio nos dice el Papa San Juan Pablo II, eso se llama “activismo”.
El Misterio es el “ser” del sacerdocio.
El Ministerio es el “hacer” del sacerdocio.
Ciertamente tiene que darse un equilibrio entre estas dos dimensiones. Y si tenemos que priorizar una de las dos, evidentemente tendríamos que priorizar el “Misterio”.
Ave María Purísima.