El domingo 10 de enero, la Iglesia celebra la fiesta del Bautismo del Señor. El episodio evangélico plasmado por Giotto en la Capilla de los Scrovegni.
«Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección» (Lc 3, 21-23). La voz de Dios irrumpe de las paredes de la Capilla de los Scrovegni en Padua. Mirando la pared norte de la capilla, pintada al fresco por Giotto entre 1303 y 1305 por encargo del banquero paduano Enrico Scrovegni, se ven imágenes de la vida pública de Jesús. La mirada se posa en una de las treinta y seis escenas pintadas en tres registros por el maestro toscano en los pocos metros cuadrados de superficie del pequeño edificio dedicado a Santa María de la Caridad: el Bautismo de Jesús.
El pincel del artista medieval ilustra en cada detalle aquel episodio narrado en pocos versos por los evangelistas: «Giotto nos fascina en este cuadro jugado sobre el claroscuro, sobre la antítesis cromática del azul del cielo en la parte superior y del verde del agua del Jordán en la parte inferior», explica el historiador del arte Roberto Filippetti, autor del libro «Giotto. La Cappella degli Scrovegni», publicado por Itaca. Incluso el color tiene un significado: «el azul nos recuerda que estamos hechos para el cielo, el verde es la esperanza de la resurrección».
Un esquema en forma de embudo, delimitado por el telón de fondo formado por las rocas laterales, hace que «el ojo se deslice a la parte central del panel donde Jesús está de pie en el agua». Está desnudo, con las piernas cruzadas. Sobre él se vislumbra el pico y los rayos dorados de la paloma del Espíritu Santo. Aún más arriba hay una pequeña figura con un libro en la mano, extendida hacia Cristo: Dios Padre. «Nos enfrentamos a una perfecta manifestación trinitaria vertical. Las pinturas revelan la miseria del Verbo – el Logos, el libro, hecho carne. «Si en las escenas que preceden al Bautismo Giotto representaba a Dios con una mano extendida hacia la tierra desde arriba – observa Filippetti – desde este momento el Señor tiene un rostro. Ya no es una ley o un conjunto de reglas, sino una persona: «quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 12:45)».
Horizontalmente, el ojo se guía por las aureolas: las de los tres ángeles, de Jesús, Juan el Bautista y Andrés. Al lado de este último hay un discípulo no identificado y sin nimbo. Junto al Salvador, a la izquierda, más allá de la transparencia del agua, se puede vislumbrar un pequeño pez. «Está extendido, inclinado, casi curioso, con la boca entreabierta: está lleno de maravilla, como el dromedario pintado por Giotto en la escena de la Adoración de los Reyes Magos. El bautismo del Señor, de hecho, es también una epifanía: una epifanía trinitaria».
A la izquierda de esta escena el pintor inserta la imagen de la circuncisión de los judíos: un sacerdote del Templo está fijado en el momento en que se dispone a intervenir con un bisturí a un niño varón: «Si la pertenencia al pueblo judío se manifiesta en la carne del niño, la pertenencia al pueblo cristiano es el signo impalpable del agua del bautismo que no deja ningún rastro en el cuerpo, pero que se transforma en profundidad».
El blanco, el rojo y el verde enmarcan los cuadros de Giotto en Padua. Son los colores que el contemporáneo Dante atribuyó en el Canto XXX del Purgatorio a las vestiduras de Beatriz. Símbolos respectivamente de fe, de amor abnegado y de esperanza. «El agua verde – concluye Roberto Filippetti – es la esperanza de que, bautizados en el Cristo Resucitado, nosotros también resucitaremos.»
Fuente: VaticanNews