Hoy, 30 de septiembre, la Iglesia Católica celebra a San Jerónimo, traductor de la Biblia.
«Ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias”, San Jerónimo.
San Jerónimo nos enseña a «amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura».
Eusebio Hierónimo, conocido como San Jerónimo (c. 340 – 420), es uno de los Padres de la Iglesia al lado de San Agustín, San Ambrosio y San Gregorio. También ostenta el título de doctor de la Iglesia. Jerónimo de Estridón, como también se le conoce, fue el gran traductor de la Biblia de la antigüedad, y quien, por la pulcritud en el conocimiento de la Escritura y las lenguas antiguas, ha marcado para siempre la tradición exegética de la Iglesia católica. Su fiesta se celebra cada 30 de septiembre.
Su nombre completo era Sofronio Eusebio Jerónimo. Su ciudad natal era Stridone, en la actual Croacia. Su fecha de nacimiento no se conoce con exactitud, pero fue alrededor del año 347. De familia cristiana y acomodada, recibió una sólida educación y, apoyado por sus padres, perfeccionó sus estudios en Roma. Allí se entregó a la vida mundana, dejándose llevar por los placeres; pero pronto se arrepintió, recibió el bautismo y se enamoró de la vida contemplativa. Por esta razón se mudó a Aquileia y se convirtió en parte de una comunidad de ascetas. Algún tiempo después la abandonó, decepcionado por las enemistades que habían surgido en ese ambiente. Partió luego para el Oriente y se detuvo en Trier, volvió a Stridone y repartió de nuevo. Permaneció unos años en Antioquía, donde perfeccionó su conocimiento del griego, y luego se retiró como ermitaño en el desierto de Chalkis, al sur de Alepo. Durante cuatro años se dedicó plenamente a sus estudios, aprendió hebreo y transcribió códigos y escritos de los Padres de la Iglesia. Fueron años de meditación, soledad e intensa lectura de la Palabra de Dios, que también lo llevaron a reflexionar sobre la brecha entre la mentalidad pagana y la vida cristiana. Amargado por las diatribas de los anacoretas causadas por la doctrina arriana, regresó a Antioquía. En el 379 fue ordenado sacerdote, y luego se trasladó a Constantinopla donde continuó estudiando griego con san Gregorio Nazianzeno.
Al lado del Papa Dámaso
En 382 Jerónimo volvió a Roma para participar en una reunión convocada por el Papa Dámaso sobre el cisma de Antioquía. Como su reputación ascética y erudita era bien conocida, el Pontífice lo eligió como su secretario y consejero y lo invitó a realizar una nueva traducción de los textos bíblicos al latín. En la capital, Jerónimo también fundó un círculo bíblico e inició el estudio de la Escritura por mujeres de la nobleza romana que, deseando emprender el camino de la perfección cristiana y deseando profundizar su conocimiento de la Palabra de Dios, lo designaron como su maestro y guía espiritual. Dado que las estrictas reglas que sugería a sus discípulos eran consideradas demasiado duras, se comprende por qué su rigor moral no fuese compartido por aquel tipo de clero demasiado laxo. Jerónimo tampoco era bien visto por otros muchos debido a sus modos agresivos y a su carácter difícil. Además condenaba rigurosamente los vicios, las hipocresías y a menudo polemizaba con los sabios y entendidos. En estas condiciones de contrastes, cuando Dámaso murió, decidió mejor volver a Oriente y en agosto del 385 se embarcó en Ostia para llegar a Tierra Santa, acompañado por algunos de sus fieles monjes y de un grupo de sus seguidores, entre ellos la noble Paula con su hija Eustoquia. Se embarcó en una peregrinación, llegó a Egipto y luego se detuvo en Belén, donde abrió una escuela que ofrecía su enseñanza de forma gratuita. Gracias a la generosidad de Paula, construyó un monasterio masculino, uno femenino y un hospicio para los viajeros que visitaban los lugares santos.
El retiro en Belén
Jerónimo pasó el resto de su vida en Belén, dedicándose siempre a la Palabra de Dios, a la defensa de la fe, a la enseñanza de la cultura clásica y cristiana y a la acogida de peregrinos. Un hombre impetuoso, a menudo polémico y peleonero, que era detestado pero también muy amado. No era fácil dialogar con él, sin embargo dejó un grande legado al cristianismo con su testimonio de vida y sus escritos. A él le debemos la primera traducción al latín de la Biblia, la llamada Vulgata – con los Evangelios traducidos del griego y el Antiguo Testamento del hebreo – que aún hoy, en su versión revisada, sigue siendo el texto oficial de la Iglesia latina. La Palabra de Dios, tan estudiada y comentada, también «se comprometió a vivirla concretamente», dijo Benedicto XVI, que dedicó dos catequesis a Jerónimo en las audiencias generales del 7 y el 14 de noviembre de 2007. Murió en su celda, cerca de la Gruta de la Natividad, el 30 de septiembre probablemente en el 420.
Sus enseñanzas y sus obras
«¿Qué cosa podemos aprender de San Jerónimo? Me parece que por encima de todo esto: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura – sugirió Benedicto XVI – es importante que cada cristiano viva en contacto y diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos da en la Sagrada Escritura… es también una Palabra que construye la comunidad, que construye la Iglesia. Por lo tanto, debemos leerla en comunión con la Iglesia viva». Jerónimo es uno de los cuatro Padres de la Iglesia Occidental (junto con Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno), proclamado Doctor de la Iglesia en 1567 por Pío V. Como herencia suya nos han quedado sus comentarios, homilías, cartas, tratados, obras historiográficas y hagiográficas; es bien conocido su De Viris Illustribus, con las biografías de 135 autores, en su mayoría cristianos, pero también judíos y paganos, para demostrar cómo la cultura cristiana fuese «una verdadera cultura digna de comparación con la clásica». No hay que olvidar su Crónica (Chronicon) – la traducción y reelaboración en latín de la Crónica Griega de Eusebio de Cesarea, hoy perdida, – que contiene la narración de la historia universal, donde se mezclan datos históricos con mitos, partiendo del nacimiento de Abraham hasta el año 325. Finalmente, ricas en enseñanzas y consejos sinceros, nos han quedado muchas epístolas que revelan su profunda espiritualidad.
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La Traducción al Latín:
Si bien San Jerónimo no fue el creador de la Biblia, él contribuyó en su traducción al latín. El Papa Dámaso I fue quien reunió los primeros libros de la Biblia en el Concilio de Roma en el año 382. Estos papiros estaban en hebreo y griego. Fue este santo quien lo tradujo al latín.
La confusión sobre el León:
El león con el que se le representa al santo, significa las dificultades y desiertos por las que tuvo que pasar. A menudo este símbolo es confundido con el de San Gerásimo. Y por esto se piensa que es San Jerónimo el protagonista de la famosa historia donde un león es curado por este santo, y como recompensa lo acompañó y protegió hasta su muerte.
Patronazgos:
El santo es considerado como patrón de Croacia y Medellín, Colombia. Así como de Santa Fe. Existe una Orden de clausura monástica fundada en su honor, llamados la Orden de San Jerónimo. Así mismo es considerado patrón de los archivos, de las bibliotecas y de la arqueología.