El Papa León XIV visitó este martes 20 de mayo la basílica de San Pablo de Extramuros, una de las basílicas papales situada a las afueras de Roma, para orar ante la tumba del “Apóstol de los Gentiles”.
A su llegada, pasadas las 17:00 (hora de Roma), el Santo Padre fue recibido por el Padre Abad, Mons. Donato Ogliari, y el Arcipreste de la Basílica, Cardenal James Michael Harvey.
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Acompañado por los monjes benedictinos, custodios del templo erigido sobre la tumba del Apóstol San Pablo, el Papa León XIV ingresó en la basílica a través de la Puerta Santa, mientras resonaban los cantos del coro de la Capilla Sixtina y de la comunidad benedictina.
A continuación, descendió por el altar de la confesión para venerar la tumba de San Pablo, de rodillas y en silencio. Tras volver al ábside del templo, se leyó un pasaje de la Carta de San Pablo Apóstol a los Romanos.
Gracia, fe y justicia
En su profunda homilía, leída en italiano, el Santo Padre destacó que la lectura gira en torno a tres temas: “la gracia, la fe y la justicia”, y encomendó su pontificado a la intercesión del llamado Apóstol de los gentiles.
Más tarde, León XIV recordó, a los cerca de dos mil fieles reunidos en la basílica, que San Pablo afirmaba haber recibido “de Dios la gracia de la llamada”:
“Reconoce que su encuentro con Cristo y su ministerio están vinculados al amor con el que Dios lo ha precedido, llamándolo a una vida nueva mientras aún estaba lejos del Evangelio y perseguía a la Iglesia”, añadió.
También citó al converso San Agustín, padre espiritual del Papa, “quien habló de la misma experiencia”.
En este contexto, subrayó que “en la raíz de toda vocación está Dios, su misericordia, su bondad, generosa como la de una madre, que naturalmente, a través de su mismo cuerpo, nutre a su niño cuando todavía es incapaz de alimentarse por sí solo”.
Al recordar la forma en la que San Pablo hablaba de la “obediencia de la fe”, indicó sin embargo que, en el camino de Damasco, el Señor “no le quitó su libertad, sino que dio la posibilidad de decidir, de obedecer como fruto de un esfuerzo, de luchas interiores y exteriores, que él aceptó afrontar”.
Por ello, el Pontífice advirtió que “la salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, del amor de Dios que nos precede, y de la adhesión confiada y libre por parte del hombre”.
En este sentido, invitó a orar para “que también nosotros sepamos responder del mismo modo a sus invitaciones, haciéndonos testigos del amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.
“Le pedimos que sepamos cultivar y difundir su caridad, haciéndonos prójimos los unos de los otros, en la misma carrera de afectos que, desde el encuentro con Cristo, impulsó al antiguo perseguidor a hacerse todo para todos hasta el martirio”, agregó.
Además, subrayó que “en la debilidad de la carne se revela la potencia de la fe en Dios que justifica”.
“Dios nos ama”
Desde esta basílica, encomendada al cuidado de la comunidad benedictina, el Papa León XIV recordó también a San Benito, quien propuso “el amor como fuente y motor del anuncio del Evangelio”, recordando además sus insistentes exhortaciones “a la caridad fraterna”.
El Pontífice no quiso acabar su homilía sin recordar al Papa Benedicto XVI y sus palabras en la JMJ de Madrid en 2011: “Queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. […] En el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios”, y la fe nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios”.
“Aquí está la raíz, simple y única, de toda misión, incluso de la mía, como sucesor de Pedro y heredero del celo apostólico de Pablo. Que el Señor me conceda la gracia de responder fielmente a su llamada”, concluyó León XIV”.
Al finalizar su homilía, el Santo Padre volvió a arrodillarse frente al altar, situado sobre la tumba del apóstol. Más tarde, se cantó el Padre Nuestro en latín y el Regina Coeli.
El Papa León XIV salió de la basílica de nuevo en procesión, precedido por los monjes benedictinos, y ante el aplauso de los fieles.