Ciudad del Vaticano. – Miles de fieles, entre ellos religiosos y religiosas de diversas partes del mundo, se reunieron en Roma para celebrar el Jubileo de la Vida Consagrada, una jornada marcada por la oración, el agradecimiento y la comunión en la fe. Durante la Eucaristía jubilar, el Papa León XIV dirigió una profunda homilía en la que invitó a todos a redescubrir la fuerza de la oración y la confianza filial en Dios, inspirándose en las palabras del Evangelio: «Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá» (Lc 11,9).
El Santo Padre explicó que estos tres verbos —pedir, buscar y llamar— resumen la actitud del creyente que se abandona con fe a la voluntad del Padre, y de modo especial, la de los consagrados que viven los votos evangélicos como signo profético de entrega. “Pedir es reconocer que todo es don; buscar es abrirse a los caminos de Dios; llamar es ofrecer con generosidad los dones recibidos”, afirmó el Papa.
Durante la celebración, el Pontífice destacó el valor de la vocación consagrada como manifestación del amor gratuito de Dios, invitando a los religiosos a recordar los orígenes de sus congregaciones y la fidelidad divina a lo largo del tiempo. “Estamos aquí porque Él nos ha querido y elegido desde siempre”, expresó.
El Papa también exhortó a los consagrados a reconocer que Dios es la plenitud y el sentido de toda existencia. Citando a san Agustín, recordó que en el corazón humano habita una necesidad de infinito que solo el amor divino puede colmar. Por ello, los animó a ser “testigos vivos del primado de Dios” y a ayudar a los demás a cultivar su amistad con Él.
El Santo Padre advirtió, además, sobre la tentación de pensar que “es inútil servir a Dios”, como denunciaba el profeta Malaquías, y subrayó que solo el amor verdadero y duradero puede llenar el corazón. “Con su vida consagrada, ustedes pueden difundir en el mundo el oxígeno de un modo de amar que da sentido y esperanza”, expresó.
Por último, el Papa los invitó a mirar con esperanza hacia la eternidad, recordando que los consagrados están llamados a ser testigos de los “bienes futuros”. Citando a san Pablo VI, concluyó exhortándolos a conservar “la sencillez de los más pequeños del Evangelio”, siendo pobres, mansos y misericordiosos, para que el mundo conozca la paz de Dios.
