Para que la Iglesia católica sea, infalible e indefectiblemente, la comunidad de creyentes y discípulos de Jesucristo, debe estar ajustada, acorde y en sintonía con el evangelio del hijo del carpintero de Nazaret, con su Buena Nueva, es decir, con sus palabras, con su criteriología. Sólo así, los creyentes, en comunidad de fe, podemos ser “luz y sal” de la tierra.
Murió el Papa Francisco y éste, precisamente, fue su empeño principal, éste su principal legado y recuerdo para la posteridad en la Iglesia y en la historia de la humanidad: haber intentado – a tiempo y a destiempo – aproximar la vida de los católicos y de la humanidad entera a los principios y valores del Evangelio, en el afán de construir un mundo más amable, más justo, más humano, más solidario, más fraterno.
Y este empeño lo desarrolló, durante toda su vida de hombre y de cristiano, pero especialmente durante el ejercicio de su ministerio petrino, con la certeza profunda que brota de la vida de Jesús de Nazaret: la de que todos los seres humanos tenemos la dignidad de ser hijos del mismo Dios, Padre bueno y Creador y que, por ello, todos somos hermanos, con un presente solidario – en el bien y en el mal – y un destino común.
Esta convicción evangélica perfiló toda la vida del argentino porteño descendiente de inmigrantes italianos, del hombre, del químico, del cura jesuita y del Papa, de quien tuve el privilegio de ser su discípulo en Buenos Aires.
Aún impactado por la noticia y con profundo pesar, escribo estas como un tributo lleno de afecto a quien – gracias a la vida y en muchas ocasiones – tuve el honor de acercarme físicamente y de gozar de su amistad y enseñanzas. En los últimos años, por ejemplo, en dos audiencias privadas, el Santo Padre recibió a más de 1.100 médicos de la Organización SOMOS COMMUNITY CARE para la que trabajo y nos animó fervientemente a lanzar la campaña ¡Gracias, Doctor! cuya misión es humanizar la sanidad y todo lo que conlleva, especialmente para los más desfavorecidos. Estos encuentros hoy son imborrables en la historia de nuestra institución. Y, al mismo tiempo, este es un homenaje de gratitud que, junto con toda la Iglesia y la humanidad, muy merecidamente, le debemos y rendimos al muy amado Papa Francisco.
Creo hacerme eco de muchos a quienes nos acompañan, al mismo tiempo, sentimientos de tristeza y de alegría. Tristeza por la partida de tan insigne ser humano, ejemplar cristiano y buen pastor. Alegría, porque nos queda su testimonio, su ejemplo de vida y una senda de humanidad y de santidad abierta, para que transitemos por ella en búsqueda de mejores tiempos para la catolicidad y para el mundo entero.
El ministerio petrino de Francisco estuvo acompañado siempre por un afán de etiquetarlo, de rubricarlo, como de derecha o de izquierda, como conservador o como reformador, etc. Javier Cercas, en su libro, de reciente aparición, “El Loco de Dios en el fin del mundo”, producto del acompañamiento del escritor al Papa Francisco en su viaje a Mongolia, resuelve este afán de rotular a Francisco diciendo que – como en cada uno de los seres humanos – hubo, en Francisco, muchos Bergoglios en un único Bergoglio.
Pero aquí quisiera decir que al joven y al anciano Jorge Mario, al químico y al Papa Bergoglio, al estudiante y al cura Bergoglio, al porteño y al romano Bergoglio, a todos los posibles Bergoglios, les fue común: su sentido de la humildad y la sencillez, su fe imbatible, su sentido del humor que salva y que brota de la alegría de saberse amado por Dios, su amor universal manifestado como apertura y entrega generosa a todos, pero especialmente a los “descartados” de la sociedad, su fidelidad al evangelio y, por ello, su autenticidad como discípulo de Cristo, su libertad y valentía para defender la verdad, su espíritu ecuménico y su cuidado franciscano por la “casa común”.
Todo lo cual, en un mundo urgido de autoridad, urgido de líderes y de hombres y mujeres con coherencia entre lo que dicen y lo que hacen, entre lo que predican y lo que practican, entre lo que creen y lo que viven y en una Iglesia contaminada por estas faltas de autenticidad y de verdad, el Papa Francisco, con todos sus gestos y palabras, resultó rompiendo esquemas y siendo un gran reformador, un renovador, con cuyo pastoreo y legado nos deja a todos el testimonio de su esperanza en una Iglesia y en un mundo mejores.
Pero el que pedía a los jóvenes que “hicieran lio”, produjo líos al interior de la Iglesia. Porque todos estos acentos, estos énfasis de la personalidad, de la experiencia religiosa y del ministerio de Francisco, le granjearon enemigos entre las toldas de quienes, acomodados a las tradiciones, a los privilegios y al poder, vieron en Francisco una amenaza. Porque Francisco los invitó a la construcción de una Iglesia pobre, de y para los pobres, a salir a las periferias (no sólo geográficas), a hacer de la Iglesia una gran tienda de campaña para sanar heridas, a oler a oveja, etc.
Por ello, como el mismísimo Jesús en la mesa de la última cena, Francisco conoció el sufrimiento, producto de la incomprensión de los suyos, sumado al padecimiento que le supuso tener que capotear la tormenta que ha significado para la Iglesia de los últimos lustros el escándalo por los abusos sexuales que tiene como protagonistas a clérigos. Y es que, el que fielmente sigue el Evangelio y la Verdad que es Jesucristo mismo, se encuentra – como Él – con persecuciones y cruz, signo de autenticidad en el discipulado.
Se nos fue Francisco. Perdimos la presencia física de un gran hombre cristiano, de un auténtico líder y pastor. Nos queda su invitación a la construcción de una Iglesia y un mundo donde la esperanza, por la misericordia, sea posible. Nos queda el recuerdo de su locura, la misma de Jesús de Nazaret, de quien “decían que estaba loco”, por nadar contra la corriente del mundo, por vivir e invitar a seguir la lógica de Dios que no es la del mundo.
Después de las honras fúnebres, tendrá lugar el cónclave de cardenales para la elección del sucesor de Francisco en la Sede de Pedro. Oremos porque el Espíritu Santo guíe a los electores y para que, en el resultado, se preserve el legado del buen Papa Francisco, plasmado en sus incontables viajes pastorales, encuentros, audiencias (públicas y privadas), libros, homilías, exhortaciones, documentos, encíclicas, etc.
¡Gracias Francisco!
¡Descansa en la paz que da la eterna presencia en el amor del Padre!
Mario J. Paredes es el secretario de la Fundación Dr. Ramón Tallaj.
La Fundación Dr. Ramón Tallaj es una institución sin fines de lucro que otorga becas a estudiantes de bajos recursos y con alto rendimiento académico que deseen estudiar una carrera en el área de la salud.