50 años después: San Josemaría Escrivá, el Opus Dei y el llamado universal a la santidad


COMENTARIO: El Papa San Juan Pablo II lo llamó “el santo de la vida ordinaria”, pero también podríamos nombrarlo el apóstol de los laicos.

El 26 de junio es el 50 aniversario de la muerte y nacimiento a la vida eterna de San Josemaría Escrivá (1902-1975), fundador del Opus Dei.

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El Papa San Juan Pablo II lo llamó “el santo de la vida ordinaria”, pero también podríamos llamarlo acertadamente el apóstol de los laicos y el heraldo de la llamada universal a la santidad.

San Josemaría trajo una revolución a la Iglesia que nunca debemos dar por sentada.

Sesenta años después de la conclusión del Concilio Vaticano II, su enseñanza más importante sobre la “llamada universal a la santidad” es ahora tan conocida y predicada que muchos presumen que esto ha sido claro para los cristianos desde el principio. Después de todo, la invitación a la santidad es tan antigua como nuestra creación a imagen y semejanza de nuestro Dios tres veces santo. 

Además, Dios nos llamó explícitamente a “ser santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo” (Levítico 20,7) y Jesús, la santidad encarnada, nos invitó a “ser perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5,48) amando a los demás como él nos ha amado primero (Juan 15,12).

Sin embargo, este estándar claro para toda vida cristiana se fue diluyendo a lo largo de los siglos. Muchos llegaron a pensar que para ser santo era necesario vivir en un “estado de perfección” como monja de clausura, monje, ermitaño, sacerdote o religioso. Estos eran los pocos privilegiados a quienes se esperaba que obtuvieran una A+ en el don de la vida. 

El resto de los bautizados eran cristianos de segunda clase en una vía de aprobado o reprobado, limitados a una versión simplificada del Evangelio y a tratar de ayudar al clero y a los religiosos en su labor eclesial. 

Hubo, por supuesto, voces clamando en el desierto a lo largo de los siglos llamando a los laicos a la santidad, como San Francisco de Sales en su Introducción a la vida devota, pero sus mensajes realmente nunca tuvieron una amplia repercusión en la mentalidad y práctica de la Iglesia.

Entonces llegó San Josemaría, quien, siendo un joven sacerdote español en 1928, descubrió que Dios lo llamaba a ayudar a la gran mayoría de los miembros de la Iglesia —laicos y, más tarde, sacerdotes diocesanos— a buscar la santidad en medio de su vida ordinaria. Llamó a lo que creía que Dios le pedía hacer, “Opus Dei”, orientado a ayudar a las personas a convertir sus deberes diarios en una “obra de Dios”.

El Opus Dei, dijo una vez en una entrevista, fue creado para “favorecer la búsqueda de la santidad y el ejercicio del apostolado por parte de los cristianos que viven en medio del mundo, cualquiera que sea su estado o condición. La Obra ha nacido para contribuir a que esos cristianos, insertos en el tejido de la sociedad civil —con su familia, sus amistades, su trabajo profesional, sus aspiraciones nobles—, comprendan que su vida, tal y como es, puede ser ocasión de un encuentro con Cristo: es decir, que es un camino de santidad y de apostolado”.

“Y como la mayor parte de los cristianos recibe de Dios la misión de santificar el mundo desde dentro, permaneciendo en medio de las estructuras temporales, el Opus Dei se dedica a hacerles descubrir esa misión divina, mostrándoles que la vocación humana —la vocación profesional, familiar y social— no se opone a la vocación sobrenatural: antes al contrario, forma parte integrante de ella”.

Muchos encontraron el mensaje y la obra de San Josemaría controvertidos, e incluso algunos los consideraron heréticos. Si bien pocos en la Iglesia objetan, y la mayoría aprecia, cuando un laico es genuinamente santo, es algo diferente que un sacerdote comience a predicar que Dios llama a los laicos no sólo a ser buenos, sino a ser santos, y más aún, que los laicos pueden llegar a ser santos justo en medio del mundo, en medio de tareas aparentemente mundanas.

Ese mensaje fue considerado ante todo peligroso y perjudicial para la promoción de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa: si los jóvenes que sienten una llamada a la grandeza cristiana reconocen que pueden, con la gracia de Dios, alcanzarla sin ir al seminario o al convento, muchos lo harían, y de hecho, lo hicieron.

Luego, muchos consideraron dañino “presionar” a las personas para que vivieran a un nivel de vida que pocos podían alcanzar, conscientes de que, al reconocer que la mayoría no tiene posibilidades de grandeza, podrían simplemente abandonar la buena lucha, dejar la carrera y abandonar la fe.

A pesar de la oposición y la incomprensión, los peligros y privaciones de la Guerra Civil Española (1936-1939), así como las dificultades y cruces inherentes a prácticamente cualquier fundador de una obra eclesiástica, San Josemaría perseveró fielmente, buscando la santidad en medio de sus deberes ordinarios mientras procuraba ser instrumento para la santificación de otros y de la Iglesia.

San Juan Pablo II dijo sobre San Josemaría el día después de canonizarlo en 2002: “San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos”.

San Juan Pablo II dedicó su pontificado a tratar de poner en práctica el mensaje que Dios confió a San Josemaría y que el Concilio Vaticano II proclamó. Canonizó a 482 hombres y mujeres de todos los ámbitos de la vida y beatificó a otros 1.338. 

Y en su plan pastoral para el tercer milenio cristiano, Novo Millennio Ineunte, publicado el año anterior a la canonización de San Josemaría, Juan Pablo redobló las expectativas que fluyen del bautismo y cómo todo lo que hace la Iglesia está destinado a conducir al cumplimiento de las gracias y promesas bautismales.

“Si el Bautismo”, escribió Juan Pablo II, “es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, « ¿quieres recibir el Bautismo? », significa al mismo tiempo preguntarle, « ¿quieres ser santo? » Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5,48)”.

Continuó: “este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad… Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este « alto grado » de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia”.

El Opus Dei es una de esas formas de asistencia y apoyo, ahora con 94.000 miembros, compuestos por un 60% de mujeres y un 74% de casados, y poco más de 2.100 sacerdotes seculares. 

Se especializa en la “formación en la santidad” para quienes están en medio del mundo, haciendo práctica la llamada a la santidad a través de lo que San Josemaría llamó un “plan de vida”, una serie de prácticas diarias para mantener la presencia de Dios a lo largo del día. Forma a los miembros en cómo santificar el trabajo ordinario que constituye la mayor parte de su vida —ya sea trabajo intelectual o físico, en la oficina o en casa— aprendiendo a hacer, como bromeaba San Josemaría, “endecasílabos de la prosa de cada día”.

A nivel práctico, eso significa aprender a ofrecer el propio trabajo como el sacrificio agradable de Abel, hacerlo por amor a Dios y por quienes se beneficiarán de él. A través de ese trabajo, uno puede al mismo tiempo crecer en santidad mediante las virtudes adquiridas en el trabajo bien hecho, así como servir de instrumento de santificación —sal, luz y levadura— para quienes trabajan con uno, a través de la amistad y el buen ejemplo.

Conocí el Opus Dei por primera vez como estudiante de primer año en la universidad. La ahora famosa idea de San Josemaría, “Estas crisis mundiales son crisis de santos”, me cautivó y me ayudó a convertir mis ambiciones humanas en ambiciones santas. 

Una vez que comprendí que mi vocación fundamental en la vida era llegar a ser santo, me resultó más fácil discernir definitivamente y seguir mi vocación no sólo de ser sacerdote, sino de esforzarme por ser un sacerdote santo. Comencé a vivir según un plan de vida y eventualmente escribiría un libro sobre ello.

Si bien es algo sencillo para un sacerdote santificar su predicación y la celebración de los sacramentos, la espiritualidad de la santificación del trabajo ordinario enseñada por el Opus Dei realmente me ha ayudado a integrar todas las demás tareas del trabajo ordinario de un sacerdote diocesano —montones de papeleo, arreglar inodoros rotos, supervisar al personal, tratar pacientemente con feligreses ocasionalmente exigentes— en una unidad de vida en busca de la santidad.

San Josemaría me enseñó que, cualquiera que sea la crisis o el problema que enfrentara, grande o pequeño, el remedio más importante era y es Dios, y que nuestra tarea fundamental es, como los santos, cooperar con Él.

La celebración del 50 aniversario de la culminación de la búsqueda de santidad de toda la vida de San Josemaría es una oportunidad para que todos en la Iglesia agradezcan a Dios por las gracias que le concedió. Estas han ayudado a la Iglesia, a través del Concilio Vaticano II, a comprender mucho mejor el sentido de la vida cristiana, así como la misión de la Iglesia como una escuela técnica vocacional, formando personas para la santidad y el cielo.

Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.





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